Este banco de azulejos está en un jardín de la Plaza Nueva de Orihuela, ostenta el escudo con el pájaro Oriol sosteniendo la espada, símbolo de la ciudad. He elegido la imagen porque es menos típica que el retrato del poeta, que ya todos conocéis y porque la foto la he hecho yo.******
Hoy hemos celebrado gran recital en el Instituto. Han venido alumnos de los otros tres institutos de Orihuela más una deliciosa caterva de pervulillos del Colegio Miguel Hernández. Había música de Viloncelo, de piano de violén y de guitarras, como acompañamiento a los rapsodas que iban turnándose en emocionar al auditorio con los versos del oriolano universal.
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En Orihuela, su pueblo y el mío... ¿quién no conoce este estremecedor comienzo de la Elegía a Ramón Sijé?
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Un grupo de baile ha intervenido, además de todos los representantes de los diversos centros.
También he participado yo, de forma no ensayada, pues me han propuesto recitar esta misma mañana, estando yo de guardia.
Como resulta que esta mañana había elegido un atuendo en rojo, he tenido que darme prisa durante el recreo para llegar a mi casa y cambiarme de ropa, a fin de vestir de negro, como todos los que participaban de nuestro Instituto Tháder.
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Durante mi declamación, me ha acompañado a la guitarra uno de los alumnos de segundo de Bachillerato, Pablo Mogica, que tiene un blog que se llama MI POESÍA BARATA .
Ha sido emocionante, muy emotivo.
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Este que sigue es el poema que he recitado, pertenece al "Cancionero y Romancero de Ausencias"
Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío,
abiertos ante el cielo como dos golondrinas:
su color coronado de junios, ya es rocío
alejándose a ciertas regiones matutinas.
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Hoy, que es un día como bajo la tierra, oscuro,
como bajo la tierra, lluvioso, despoblado,
con la humedad sin sol de mi cuerpo futuro,
como bajo la tierra quiero haberte enterrado.
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Desde que tú eres muerto no alientan las mañanas,
al fuego arrebatadas de tus ojos solares:
precipitado octubre contra nuestras ventanas,
diste paso al otoño y anocheció los mares.
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Te ha devorado el sol, rival único y hondo
y la remota sombra que te lanzó encendido;
te empuja luz abajo llevándote hasta el fondo,
tragándote; y es como si no hubieras nacido.
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Diez meses en la luz, redondeando el cielo,
sol muerto, anochecido, sepultado, eclipsado.
Sin pasar por el día se marchitó tu pelo;
atardeció tu carne con el alba en un lado.
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El pájaro pregunta por ti, cuerpo al oriente,
carne naciente al alba y al júbilo precisa;
niño que sólo supo reir, tan largamente,
que sólo ciertas flores mueren con tu sonrisa.
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Ausente, ausente, ausente como la golondrina,
ave estival que esquiva vivir al pie del hielo:
golondrina que a poco de abrir la pluma fina,
naufraga en las tijeras enemigas del vuelo.
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Flor que no fue capaz de endurecer los dientes,
de llegar al más leve signo de la fiereza.
Vida como una hoja de labios incipientes,
hoja que se desliza cuando a sonar empieza.
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Los consejos del mar de nada te han valido...
Vengo de dar a un tierno sol una puñalada,
de enterrar un pedazo de pan en el olvido,
de echar sobre unos ojos un puñado de nada.
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Verde, rojo, moreno: verde, azul y dorado;
los latentes colores de la vida, los huertos,
el centro de las flores a tus pies destinado,
de oscuros negros tristes, de graves blancos yertos.
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Mujer arrinconada: mira que ya es de día.
(¡Ay, ojos sin poniente por siempre en la alborada!)
Pero en tu vientre, pero en tus ojos, mujer mía,l
a noche continúa cayendo desolada.