
La flor en cuestión era silvestre (ignoro su nombre, casi no sé nada de botánica) nada espectacular, pero bella en su sencillez de heraldo de la primavera.
Sin embargo, algo muy curioso ocurría con la mata en que crecían ella y otras iguales: las hojas verdes eran rectas, normales, pero las flores que sostenían se mostraban todas inclinadas hacia abajo, hacia la tierra.
Recuerdo que le comenté a mi marido que esas flores eran "flores humildes", puesto que se mostraban con la cabeza gacha, y que me agradaba tanto esa humildad que iba a fotografiar a una de ellas ayudándola a mostrarse alzada hacia el cielo.
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Y así lo hice. Sostuve con dos dedos de la mano izquierda su delicado cáliz mientras que con la derecha dispsraba la foto que hace honor a la pequeña maravilla rosada que aquí os muestro.
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Siempre he admirado la virtud de la humildad; digo "la virtud", que nadie se engañe. Hablo de la humildad sincera, no de la impostada y falsa, que no es sino soberbia encubierta.
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Hoy he recibido un comentario en el blog que me ha hecho meditar sobre el tema. Es un comentario elogioso hacia mi persona. Lo hace Paqui Quintana Vega, que me supone unas determinadas cualidades de optimismo.
Le he contestado algo que creo de veras: Y es que la buena opinión que otros tienen sobre nosotros, nos ayuda a elevarnos hasta merecerla. Así es que siempre un elogio sincero sirve para que mejoremos, que nos obliga en cierto modo a tomar la resolución de ser mejores.
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En definitiva, si opinas bien de mí, aunque sea para no dejarte por mentiroso, me esforzaré en ser como tú crees que soy.