(...)
Mi madre queda en silencio. No estima oportuno hacer partícipe al juglar de sus evocaciones sobre aquellos días de su doncellez ilusionada.
Pero a ella acuden las deliciosas imágenes de su pasado y las paladea como paladearía un poco de vino endulzado con miel.
Se ve de nuevo a sí misma recorriendo el camino con su séquito hasta Sant Joan de les Abadesses - que aún se parece tanto a La Provenza- donde había de hospedarse hasta el día de la boda, que se celebraría tres días más tarde en Ripoll. Allí la aguardaba su pariente y prometido al que no veía desde casi once años atrás. Él había preferido ese monasterio fundado por Wifredo el Velloso, que está enterrado allí, para pronunciar los votos matrimoniales y a ella le había
parecido bien.

Una de las damas que la acompañan es catalana. Se trata de doña Núria, que ha recibido a los viajeros –novia y acompañantes- nada más traspasar éstos los Pirineos, por uno de los pasos fronterizos. Doña Núria es dama de respeto, señora de las tierras norteñas, rodeadas de altos picos montañosos y regada por los ríos Ter y Riutort. La dama es dueña de predios en Camprodon y en Setcases y está emparentada, aunque con parentesco lejano, con el novio, que le ha pedido que acuda al encuentro de la comitiva de su prometida, en representación de la familia, ya que él tampoco tiene ya padre ni madre que tal cometido de bienvenida puedan hacer.
La dama acepta y recibe a los viajeros cordialmente. Apenas habla palabra de francés, sino que su lengua es la de la Vieja Cataluña, pero entre lo poco que sabe ella y lo que recuerda la novia de sus tiempos de niñez, cuando jugaba con su primo (el que ahora la espera para desposarla y que no recuerda más que como el niño que fue) las dos logran comunicarse, siquiera precariamente.
Doña Núria quiere agradar y distraer a la joven, porque la encuentra lógicamente preocupada y nerviosa. Y no se le ocurre otra cosa sino contarle una vieja historia sobre el Monasterio de Sant Joan de les Abadesses, acaecida muchos años atrás.
-Dicen, mi señora, que el conde Arnau era entonces el señor feudal de estas tierras. Cruel con sus vasallos, disfrutaba sometiéndolos a un trato brutal, en especial a las doncellas que violentaba sin compasión, valiéndose de su supuesto derecho como conde. Y dicen, señora, que se atrevió a entrar por sorpresa a este santo monasterio una noche, a través de unos túneles, y raptó a la abadesa, para satisfacer su lujuria.
Yolaine se sobrecoge de espanto. Es doncella de natural pusilánime y además ya viene muy alterada, con susto en el alma. Teme la brutalidad más que nada en este mundo y no sabe cómo será el carácter de su conde Raymond. Después del cuento de doña Núria, da en cavilar sobre si el hombre que pronto se convertirá en su marido se parecerá al del conde Arnau de esta historia.
-Cuando don Arnau murió, fue condenado a vagar por estos contornos, envuelto en llamas, montado en un corcel de fuego y flanqueado por infernales perros. Muchos lugareños dicen haberlo visto aparecer vagando por las montañas en las noches de tormenta.
La joven novia no puede disimular el efecto que la narración le ha causado, y su aya doña Loise se apresura a apaciguarla, pues conoce lo impresionable que es. La abraza con afecto y le susurra palabras tranquilizadoras, medio en francés, medio en la lengua del país que pisan por primera vez, porque sabe que tanto la dama como ella misma, deben acostumbrase a esa lengua que es la que habla el novio y porque llegan a esta nueva tierra del sur de los Montes Pirineos, para quedarse el resto de sus vidas.
-Pero tu conde, ma petite, ne sera pas ainsí, sino que como accompli cavaller, será tu paladín y tu siervo d´amour. Te fera très hereuse*.
*(Pero tu conde, pequeña mía, no será así, sino que como un cumplido caballero será tu paladín y tu siervo de amor. Te hará muy feliz).
Yolaine sonríe, porque doña Loise siempre dice la verdad y nunca la engaña. Se deja acunar por los brazos de su dama, y encuentra en este abrazo el ánimo que ha estado a punto de faltarle hace bien poco.
La dama se separa de su petite Yolaine en cuanto la nota calmada. Y va a reconvenir a doña Núria con ásperas palabras para que no vuelva a contarle cosas de miedo a su damita. Y está tan indignada que la llama incluso cabeza loca.
-¡Ne reviennes pas à lui raconter ces choses à la dame, tetê folle!*
*(¡No vengas a contarle esas cosas a la señora, cabeza loca!)
Pero le ha hablado en francés y doña Núria no entiende nada. Así es que se encoge de hombros con una sonrisa.
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Y ahora otro fragmento de BUCEADORES que en esta entrada me toca ponerme seria.
A Lola Ifre no le fallaba casi nunca la voluntad ni el valor, pero lo que sí le estaba fallando últimamente era el neopreno de su traje que no hacía más que rajarse.
“Pobre traje, está lleno de rozaduras. A ver si ahorro para uno nuevo” –pensaba mientras se afanaba en arreglarlo por enésima vez.
De rodillas en el suelo del “hangar de recepción” para los hallazgos arqueológicos de los romanos sito en el puerto pesquero bajo el monte del faro, Lola Ifre se inclinaba sobre su traje de buceo, extendido sobre el que echaba, absorta en su tarea, pegamento especial para neopreno.
Con el tubo amarillo en la mano aplicaba el producto en los dos trozos desunidos y los unía tras unos minutos de espera, volviendo a aplicar una capa adecuada del pegajoso engrudo sobre la cicatriz de caucho sintético.
No advirtió la entrada del desconocido hasta que los pies de éste no invadieron su campo visual.
Levantó algo sorprendida la cabeza. Su rostro, enrojecido por la postura, su rebelde flequillo sobre la frente tersa y el brillo de los ojos castaños, agradaron de inmediato a Daniel Leyva, que se presentó tendiéndole cordialmente la mano.
-Encantada de conocerte, Daniel –dijo Lola estrechando su diestra.
Los restos de pegamento para neopreno hicieron que sus manos se pegaran un poco, lo cual hizo que ambos estallaran en carcajadas.
-Perdona, chico, no me he dado cuenta.
Mientras ambos desprendían los pegotes de sus respectivas manos, Daniel bromeó.
-Es la primera vez en mi vida que una chica me quiere ligar tan drásticamente.
(...)
-¿Te ayudo con el traje? –preguntó él.
-Sí, pero haciendo una colecta para ver si reunimos lo suficiente para que me compre otro.
(...)
Los dos jóvenes arqueólogos-buceadores saltaban de un tema a otro, verdaderamente animados e impacientes por comenzar las inmersiones que habían de planear conjuntamente. Los minutos pasaban sin que ellos percibieran el paso del tiempo. Se encontraban bien juntos. Esa era la verdad.
A la media hora de estar de “palique intenso”, hizo su aparición en el hangar el propio Leandro Galifa acompañado de un hombre joven, en traje de neopreno, caído sobre la cintura la parte superior que mostraba unos pectorales de gimnasta y unos hombros y bíceps igualmente atléticos.
-Ya veo que os habéis conocido. Os presento a los dos a Giacomo Fiorentini. Mi buceador italiano.
-Buon giorno –saludó el aludido-. Ho aspettato il nostro incontro… incantato di conoscervi.
Comprendiendo que se estaba expresando en su idioma, intentó rectificar y esforzarse en hablar en español. Lo que consiguió fue una mezcolanza de idiomas algo peculiar, pero bastante útil para comunicarse.
-Mi dispiace… o… lo siento… voglio tradurre… deseo parlar espagnolo… io esperado nuestro encuentro, por fin oggi ci vediano, hoy nos vemos ¿se dice así?
-Sí, sí –contestó Lola riendo al ver el exceso de expresividad del arqueólogo italiano.
Daniel, sin embargo, no tenía malditas ganas de reírse.
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-Potremmo fissare un appuntamento… tener cita… para tratar la labore de buceo.
-Sí, certo, quiero dire, por supuesto, molto bene, ma so puntuale (Muy bien pero sé puntual) ¿A las seis?
-Lo seremos –dijo con evidente mala uva Daniel Leyva- porque la cita la tenemos los tres, estimado Giacomo.
El gesto del italiano reveló una evidente contrariedad.
-Certo.
-Cierto, sí. Te recuerdo ahora que yo también soy miembro del equipo de buceo.
-Comprendo. Mas io lo había olvidado.
-No importa, yo te lo recordaré las veces que haga falta.
La cara del italiano se puso lívida al percibir el reto patente en la voz del español.
-No será necesario, amigo, tengo molto buona memoria –contestó secamente.
-Ah, pues también debo informarte de que faltan otros dos miembros del equipo.
-¿Sí? –preguntó Giacomo.
-Sí; Paco Gañuelas y Guillermo Tell.
-Ma tú stai de broma… Guillermo Tell…
-Así se llama, de broma nada, para que los entiendas mejor: “niente de niente”.
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-Yo me encargo de buscar a Guillermo Tell y a Paco Gañuelas –anunció Daniel.
-Yo hablaré con Facundo Espejo y con Absalón Cobo –dijo a su vez Lola.
-Habrá que decirle a Donato Durán que le de un repaso al motor de la zodiac ¿no?
-Pero de eso te encargas tú Daniel.
-Bueno, pues ya está acordado. Esta tarde nos ponemos de acuerdo en todo lo demás.
-¿Dónde quedamos? –preguntó Lola.
-Dove ci troviamo? A che ora? Fra la cinque e le sei?
-Si no so parece mal nos encontramos en el “Bala Azul”, que por lo menos nos da la brisa del mar, porque aquí nos asfixiamos, que ni ventiladores tenemos –propuso Daniel.
-Eso es verdad, habrá que traer un par de ellos, por lo menos –estuvo de acuerdo Lola.
-Por lo menos. Ah… y una cosa, Giacomo –dijo Daniel que, de repente, volvía a sentir la necesidad de enseñarle los dientes al guaperas extranjero.
-¿Sí?
-Lola y yo, más o menos, te entendemos cuando hablas medio en italiano medio en español, Guillermo Tell, que es un hombre con muchos viajes a sus espaldas, seguramente también te entendería, pero Paco Gañuelas… me da la impresión de que no. Y, verás, tío, para que lo comprendas (que estoy seguro de que lo comprenderás dada tu inteligencia), a Paco Gañuelas no hay que tocarle mucho las narices, porque es un mazarronero zumbón que, como la emprenda contigo, te desjarreta.
-Ma qué cosa e zumbón? e desjareta, desjarieta?
-Pues que se ríe de su sombra y de ti, si sigues hablando en tu jerga italiana de película de Fellini. -Ma io sono italiano.
-Y yo español ¿no te jode? Y me apuesto la paga extra a que sabes hablar español por un tubo.
(...)
Daniel rezongaba de mal humor con el italiano. Tío fantoche. Estoy seguro de que a Leandro Galifa no le habla en italiano. Te he calao, bacalao, tú lo que quieres es hacerte el interesante…