Entre los cuentos de don Juan Manuel, mis preferidos son aquellos que han tenido descendencia literaria.
Hoy os muestro uno de ellos, que conocereis seguramente mejor por la versión que de él hace nada menos que William Shakespeare en "La fierecilla domada".
Las ilustraciones son mías. Un bolígrafo, y ahí están, en viñetas, auque aquí no se aprecien bien.
Permitidme que os cuente el ejemplo con moraleja en un lenguaje más actual.

Había en un lugar que podría ser cualquiera de Europa, en esa etapa oscura de la Edad Media, un mancebo que se buscó una buena forma de salir de la pobreza; a saber, le echó el ojo a una moza que apaleaba los cuartos, como los
gigolós de ahora, hijos míos, aunque el muchacho estaba dispuesto a casarse con ella, faltaría más, esto pasaba en el siglo XIV.
El inconveniente era que la moza apaleaba los cuartos, sí, pero también apaleaba a los que se acercaban a ella con ánimo de golosinear sus caudales. El chaval no se amilanó por eso, menudo era él.
-Padre, trátame casamiento con la vecina rica, que además está muy, pero que muy rica-dijo.
Al padre le pareció una locura, pero lo hizo-vista la seguridad que mostraba su retoño-, y como el padre de la doncella estaba que no veía la hora de colocársela a algún atrevido galán, pues esto es que se era, que se casaron.
¡Ah, pequeños míos, pero
la historia no acaba aquí, sino que comienza.
Los familiares de ambos les habían preparado una espléndida mesa para que cenaran solicos los dos en la casa que habitarían, que tenía de todo: perro, gato e incluso el caballo del doncel, pues habéis de saber que era caballero (tenía caballo) aunque pobre.
En aquella época poseer un caballo determinaba la clase social, era importantísimo. Solamente se era caballero si se tenía un caballo.
Pero era corriente que personas y animales compartieran techo.
-Dame agua para lavarme las manos- ordenó él a su reciente esposa.
Y ella, que ya era feminista, a pesar de haber nacido en la Edad Media, respondió que nones.
Así que él se la pidió al perro y, claro, tuvo que matarlo, porque no se la trajo. Ella se partía de la risa, porque tenía un corazón de piedra y el perro lé traía sin cuidado.
Entonces él se la pidió al gato, y la sangrienta escena se repitió, igual que el ataque de risa de esa especie de defensora de los derechos de la mujer que insistía en que , si quería agua, fuese él mismo a por una jofaina.
Pero, cuando el mozo hizo lo mismo con el caballo, jurando que haría igual con todo aquel que lo desobedeciera...ella empezó a temblar, porque lo de matar el caballo era ya cosa seria, pero más que nada, le entró el pánico porque miró alrededor y allí no quedaban más que el asesino, espada ensangrentada en mano, y ella. Así es que le trajo el agua al muy...., en fin, no sabemos qué apelativo le daría la novia en su fuero interno...
Y ya tuvo él una esclava sumisa de ahí en adelante. Porque ella le tenía un miedo que para qué decir. Y se convirtió en un héroe para las dos familias, un ejemplo a imitar por todo varón que se preciase. capaz de forjar la felicidad y la armonía en su matrimonio a golpe de espada.
Y AHORA VIENE LA SEGUNDA PARTE DEL CUENTO, AQUELLA EN QUE SE HALLA LA SABIA MORALEJAHabiendo observado el padre de la moza, la inteligente acción de su yerno, decidió someter el carácter irascible de su esposa (la madre de la moza, que de tal palo tal astilla) usando el mismo ingenioso proceder.
Se armó el buen hombre con una espada, y metiéndose en el corral de su casa, comenzó a amenazar a las aves gallináceas, cortándoles el cuello entre grandes voces y fuertes razones.Mas su mujer, que esta si que era de las de armas tomar, le dijo así:-Pero marido..., que ya nos conocemos cuarenta años. Deja de hacer el tonto y dame esos pollos para el arroz.
De toda la historia narrada se deriva esta moraleja:
Si al comienzo no muestras cómo eres,
al final no podrás, aunque quisieres.