domingo, 6 de julio de 2008

Una novela de Magdalena Lasala
















LA CORTESANA DE TAIFAS

Magdalena Lasala

Magdalena Lasala, novelista zaragozana, es una autora prolífica en narración histórica, muchos de cuyos títulos se refieren a la etapa de dominación árabe que tan importante es en nuestra historia; “Abderraman II, el gran califa de al-Andalus”, “Almanzor”, “Boabdil”, “Walläda la Omeya, la última princesadel esplendor andalusí”, “Tragedia del último rey de Granada”, “Zaida, la pasión del rey” son ejemplos de su producción que avalan lo antedicho.
Con “La Cortesana de Taifas” nos vuelve a cautivar y nos aprisiona en los hilos fuerte y magistralmente trenzados de la historia real y la fábula.
La novela que tratamos tiene como telón de fondo los agitados episodios de la división del territorio de al-Andalus en pequeños reinos de taifas, a partir del derrocamiento del califa de Córdoba en el año 1031.
Asistimos, pues, a las intrigas de varios reyes autoproclamados, muchas de las veces farsantes sin escrúpulos, ni nobleza alguna, pero llenos de una ambición insaciable, que se disputan la primacía en el nuevo orden surgido a raíz de la desmembración del califato y se declaran mutuamente la guerra en una alternancia enloquecida de fuerzas. Solamente los fríos del invierno decretan un espacio de tregua, un espacio de conspiraciones que se desarrollan en medio de fastuosas y decadentes fiestas en que todos los vicios y aberraciones están permitidos e incluso se consideran deseables.
El ansia de placeres de todo tipo hace caer a muchos de los personajes que pululan por estas páginas en los mayores excesos imaginables. Todos buscan experimentar nuevas formas de deleite, pero el hedonismo de los ricos se ve coartado por sus temores supersticiosos, los sueños – emanados quizás de la mala conciencia- y la traición constante que se cierne sobre ellos como una amenaza. Los pobres, a su vez, luchan por sobrevivir en una sociedad despiadada que los considera una mera posesión de sus amos y que los trata con despiadada crueldad. Y para salvarse – e incluso para medrar si pueden- tampoco ellos se comportan de forma moral, muy al contrario, tenemos ante nosotros todo un muestrario de tramposos y timadores diversos, embaucadores que emboban a los ignorantes con supuestas artes curativas, adivinos que inventan sus augurios observando qué es lo que desea oír el que los requiere, eunuco auténticos y eunucos que no lo son en verdad, varones que son mujeres en verdad y hombres que suspiran por ser mujeres, bufones que hacen de sus deformidades un espectáculo risible que propicia la cruel hilaridad de sus señores, gracias a la cual subsisten y que, no habiendo obtenido nunca la piedad ajena, no la conocen cuando topan con alguno aún más desgraciado que ellos. Y además, efebos complacientes, bailarinas dispuestas a cualquier capricho que el desenfreno sexual de los principales apetezca, y cortesanas experimentadas o nuevas.
En medio de este muestrario de seres diversos, superándolos a todos, la indómita Büstan, de misterioso pasado y enigmático e infalible poder de seducción física y moral, tanto para hombres como para mujeres. Este carisma que pone en sus manos la voluntad de quienes se cruzan con ella, está complementado con un temperamento inflexiblemente gélido a la hora de conceder afecto, ni aun siquiera a las hijas nacidas de sus entrañas. Impasible a las amenazas, desconocedora del miedo, capaz de aguantar a pie firme el envite de los más despiadados y volverlo contra ellos mismos sin perder un ápice de aplomo. Mujer calculadora y cerebral, que planifica cada uno de sus movimientos como si su vida fuera una perpetua partida de ajedrez (disciplina en que, por cierto, es una autentica maestra) no permite que nada ni nadie se interponga en sus proyectos.
Es precisamente ella, Büstan, la Cortesana, la figura central de esta historia, la que en virtud de su superioridad intelectual (es desde luego asombrosamente inteligente) y con sus dotes de mando, se constituye en el eje de la vida de bastantes de los personajes que la rodean. Es manipuladora y negocia ventajas para ella con sus oponentes masculinos, pero a la vez logra seducirlos con sus dotes amatorias hasta hacer de ellos esclavos de su voluntad.
La novela se dispone en una estructura externa de trece capítulos más un epílogo, que suman un total de 413 páginas de densa trama argumental que tienen absorto al lector en cuanto se adentra en sus entresijos. La narración gana en altura desde su principio hasta su final en una creciente tensión de acontecimientos más y más trascendentales en el devenir de los personajes principales que se nos han hecho tan próximos que nos parecen que son de carne y hueso y que están realmente ante nuestros ojos.
Respecto a este aspecto, hay que decir que la nómina de personajes que Magdalena Lasala nos presenta en esta novela suya, no es reducida, sino todo lo contrario, porque es verdaderamente extensa y muy variada, pero diríamos sin temor a equivocarnos que esta es historia de mujeres que se defienden del mundo que les ha tocado vivir, un mundo de hombres que quieren dominarlas la mayoría de las veces, para usarlas a su capricho. Sin embargo, estas mujeres no siempre tienen como antagonistas a varones, sino que han de librarse de las asechanzas de otras mujeres que las perciben como rivales.
Büstan habla siempre de “hembras” para referirse a las mujeres. Ejerce una especie de feminismo que preconiza la unión de las hembras para lograr, mediante su unión, la fuerza que precisan para defenderse de los hombres y de la vida en sí. No quiere padre, hermano ni mucho menos marido cerca, ningún varón parece ser digno de su confianza, si exceptuamos a su eunuco Malik y su porteador Elmanco. Sólo acepta de buen grado la compañía de otras mujeres, llegando en este extremo a admitir junto a ella a toda hembra herida, apaleada y fugada de la esclavitud que demande su protección.
Pero lo más doloroso –por cierto, muy acertadamente estudiado por la autora- es que la mayoría de las veces el peor enemigo para las aspiraciones de libertad de una mujer que desea sacudirse el yugo de la esclavitud, física o moral, es otra mujer que lo padece y no tiene el valor de rebelarse contra él. Esta característica psicológica es, desgraciadamente, del todo cierta, no se trata de ninguna invención. Mucho habría que decir de este tema, que tiene dramáticos ejemplos incluso en nuestros días, pero no son pertinentes ahora y tan sólo diremos que la novela de Magdalena Lasala puede sugerirlos al lector avisado, capaz de establecer relaciones entre las épocas y los tipos humanos de todos los tiempos.
En “La Cortesana de Taifas” hallamos temas intemporales y una abundante filosofía feminista representada por las enseñanzas de Büstán que tiene muy claras las cosas y sabe muy bien cuál es el papel de la mujer si se deja dominar por el hombre. Por tanto, ella prefiere ser independiente, legal y afectivamente. En ambos planos se desenvuelve buscando su provecho, la consecución de sus fines y la supervivencia. Para ello, no desprecia táctica de la negociación, en la que se muestra hábil en extremo. En cuanto a los hombres, tampoco los rechaza, simplemente, los utiliza, los goza, si le apetece a ella. Sin embargo, se guarda mucho de mostrarse cariñosa, porque demostrar afecto para ella es una debilidad que el hombre sabrá aprovechar. Su máxima es que el varón crea que siempre está imponiendo su voluntad, arrebatando el placer a la mujer, que lo da contra su voluntad. Jamás dejar ver complacencia en la dádiva amorosa.
La voz narradora es la de Marjân, su hija natural, a quien también Bústan guarda de los hombres desde que es niña disfrazando su identidad femenina bajo vestiduras masculinas, de forma que Marjân, que no es especialmente bella (al revés que su progenitora) llega a la pubertad y después a la juventud sin hallarse ya cómoda en ropas de mujer y sin saber realmente muy bien cuál es su naturaleza. Lo que si sabe es que admira y quiere profundamente a su madre, la cual muy raramente le habla con cierta cordialidad. Marjân es como el perrillo que se conforma con una caricia de vez en cuando y que no piensa desertar jamás de la lealtad devota hacia su dueño.
La historia es la de un grupo de mujeres, encabezado por la valerosa y astuta Büstan, seguida de la adivinadora Zumurrud, descendiente de visigodos cordobeses, inseparable de la primera, cuyo extraño nombre significa Esmeralda, la niña Marjân, salvada del abandono de su propia madre por Zumurrud, el eunuco Malik, de piel lechosa y enorme corpachón, inversamente proporcional a su inteligencia, ya que encierra un alma de niño desvalido a pesar de su fuerza física. A estos personajes iniciales se irán sumando muchos más y al inicial escenario, que es Madinat al-Zahrâ, le irán sucediendo otras etapas y otros decorados, como Toledo, Badajoz y Sevilla, mientras la ciudad de Zaragoza aparece mencionada como el destino apetecido como meta.
La protagonista es una mujer con muchas facetas, herbolaria, sanadora, sangradora, partera y cortesana, entre otras. Tiene siempre presente que la condición de “hembra” exige grandes recursos en un mundo dominado por los hombres. Ella se valdrá de su inteligencia, su valor, que roza la temeridad, y su pasión por el juego arriesgado. Zumurrud dice a menudo que le gusta caminar por el filo de un cuchillo. Y así es. Desprecia la tranquilidad, el carácter acomodaticio de las mujeres, desea cambiar constantemente de residencia, de ambiente, y además ha de hacerlo muchas veces huyendo de aquellos a los que ha engañado.
Las guerras de Córdoba, que obligan a este pequeño grupo a abandonar la ciudad califal, son las que empujan la acción de la novela, en la que esta Cortesana del siglo XI despliega todo un amplio muestrario de tretas y argucias de cara al robo, el engaño, la seducción, la prostitución y se llega incluso al asesinato, pasando por alguna castración en venganza por afrentas sufridas, inflingidas por algún varón, que haya en Büstan una temible adversaria que sabe esperar con calma la ocasión propicia para la revancha.
El tipo de vida que el grupo ha escogido determina la dinámica que deben seguir, de cambios constantes de identidad y huidas apresuradas, dejando atrás, muchas veces todas las posesiones que, naturalmente, no pueden trasportar por los caminos.
Büstan, ya lo hemos dicho antes, ama el riesgo, como jugadora compulsiva, que no impulsiva, pues nunca realiza un solo movimiento sin haberlo calculado y planificado cuidadosamente. Le encanta desafiar la inteligencia de sus oponentes, desafío del que sale siempre victoriosa en virtud de una superioridad apabullante.
Además, pase lo que pase, no se deja abatir. Es como si los reveses de la vida no tuvieran poder sobre ella. Los que la rodean parecen percibir esta fortaleza que la caracteriza y se someten a su criterio, reconociendo su dependencia, tarde o temprano, incluso los varones más endurecidos aparentemente. Uno de sus secretos para lograr este dominio sobre todos es la impavidez. Nada parece alterarla. Es como si ella estuviese más allá de todo. Las miserias humanas no la contaminan, antes bien, sabe aprovechar las debilidades de los otros para someterlos sibilinamente.
Hermosa sobre toda ponderación, une a su facilidad para manipular las mentes ajenas, su capacidad para interesar y seducir a cualquier varón. Amante experta, buena paridora, si hace falta, conocedora de medios poco habituales de dar placer, maestra de ceremonias (hoy diríamos regente de un burdel) sabe cómo hay que tratar a cada hombre.
Es -también lo hemos apuntado ya- poco o nada afectiva con las otras hembras, sin embargo, es extraordinariamente solidaria con ellas. Quizás por cierta conmiseración hacia su desvalimiento, ya que carecen del valor y los recursos necesarios para rebelarse antes sus dominadores los hombres, o precisamente por una necesidad interior de ajustar cuentas con ellos, se muestra justiciera, cuando no realmente despiadada. Ella socorre a las mujeres indefensas en múltiples ocasiones, las cobija, las esconde, las cura de sus heridas, causadas por el maltrato, las ayuda a abortar los hijos no queridos y les permite seguir a su lado, uniéndose a su destino, con lo cual logra fidelidades inquebrantables, producto del más sincero agradecimiento y del miedo a verse otra vez sin su protección decidida.
Así pues, la pequeña comparsa va engrosando sus filas, y no únicamente con “hembras” sino con desgraciados “machos” como el ambiguo Wafhir y el esclavo llamado Elmanco.
El desprecio que Büstan siente hacia todo varón no le impide utilizar a algunos de ellos para su deleite carnal, no obstante jamás se dará a ninguno y ni siquiera le interesa saber cuál de ellos ha engendrado en su vientre a cada una de las dos hijas que tendrá.
Büstán es una especie de amazona que usa al hombre pero no cuenta con él en su vida. Eso la convierte en un personaje de cautivadora originalidad para el lector, puesto que la autora acierta a trazar sus rasgos con una verdad que nos subyuga.
La bailarina Hassaná, la mulata Sumbula, las jóvenes amantes lesbianas Saqiqa y Mahâ y un grupo de pobres putas apaleadas serán las inquilinas que la acompañen en la Casa de las Hijas de Badr, y ella será la nueva Paloma del Guadalquivir. Esa casa de placer se convertirá en la más solicitada de Sevilla.
Toda la novela es apasionante, en especial para los que gusten del estudio de la psicología femenina, magníficamente planteado por Magdalena Lasala. El tiempo, muy bien medido, nos va llevando año tras año en pos del ascenso social de estas mujeres. Mil veces llegan a encrucijadas que auguran el peor final y mil veces salen de ellas, gracias a los recursos imaginativos de esta mujer, fría como el hielo, indiferente al riesgo, casi suicida en sus determinaciones, inmune a cualquier temor.
En cuanto a los hombres, muchos son los que transitan por las páginas de esta novela, pero todos carecen del relieve que ostentan los caracteres femeninos con los que no tienen parangón posible. El príncipe Amîr, Muhammad, el califa falso Hixan, vicioso y despreciable, el grosero Jalaf, el peluquero Tumart, el mercader Yahyá son algunos de ellos.
Especialmente conmovedor es el pobre eunuco Malik, quizás precisamente porque ya no es un auténtico hombre.
Muchas más cosas podrían decirse de esta novela, pero me limitaré a decir una sola: merece la pena leerla.


Rosa Cáceres Hidalgo de Cisneros