Apenas quedan dos atardeceres en este año, dos ocasos del sol tras el horizonte de nuestro paisaje, sea el que sea, porque no importa si el sol se oculta tras un tejado, una torre, un castillo, una arboleda o la línea que separa a nuestros ojos el océano del firmamento. Sea cual sea el escenario en que el sol enrojece y se esconde, dejando paso a los colores paulatinamente más oscuros que van del crepúsculo a la noche, se producirá en nosotros irremediablemente un sentimiento consciente de la finitud, en este caso del año, pero también de todo lo demás.
Decía Jorge Manrique en sus Coplas "Cómo a nuestro parecer/ cualquiera tiempo pasado fue mejor", y es así, desde luego, porque si el tiempo evocado estuvo lleno de acontecimientos dichosos, es natural que la memoria los engrandezca y adorne aún más, y si por el contrario estuvo sembrado de lágrimas, el mismo hecho de situarse en el pasado nos las hará parecer menos amargas, e incluso nuestro ánimo se verá complacido por haber superado ese obstáculo, ese dolor, ese sinsabor profundamente penoso en su momento.
Es curiosos como en ciertas fechas la frontera entre los días se nos hace palpable y nos invita a recapacitar sobre nuestra existencia. Seguramente nada cambiará sustancialmente del 31 de diciembre al 1 de enero, pero pocos de entre nosotros se resistirán a considerar la última noche del calendario (del nuestro, del gregoriano, no de todos los del mundo) precisamente por ese motivo, como especial.
Sea como sea, os deseo a todos una feliz andadura en el año que comenzará en breve. Y aún más que esa felicidad, inconstante y fugaz en toda existencia humana, os deseo sosiego y paz interior, fortaleza para encarar las dificultades y una mano amiga que se os tienda en caso de necesitarla.