viernes, 24 de octubre de 2008

Microrrelatos en honor de Ramón Gómez de la Serna

Comienzo hoy una serie de Microrrelatos en este blog, que tan anárquicamente escribo.
Para ser sincera, este tipo de relato no me parece sino una especie de chispazo, insuficiente para desarrollar una verdadera narración.
Considero el microrrelato algo así como una greguería algo crecida, pero subsidiaria del ingenio.
En honor de Ramón Gómez de la Serna.




CONSULTAR CON LA ALMOHADA
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Siempre había oído decir que los problemas y las grandes decisiones habían de consultarse con la almohada. Por eso no se extrañó cuando comprobó que su almohada hablaba, mejor dicho, le hablaba a él cada vez que su mente estaba ocupada por algún dilema.
-¿Y cuándo no tenía ningún asunto que analizar ni tenía que tomar ninguna decisión?
-Entonces la almohada hacía música o imitaba el sonido del viento o del mar.

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lunes, 20 de octubre de 2008

Imágenes de la exposición de Antonio Verdú Asís

UUna auténtica obra maestra. Notre Dame de París, recibiendo la luz en la fachada y vista, sin embargo, desde el cimborrio.
El magnífico pintor, en el centro, flanqueado por el también pintor y dibujante Álvaro Peña y por mí.


Tres amigos frente a una vista impresionista de la fachada de la catedral murciana en noche de concierto. A Álvaro Peña le agradó especialmente, fue él quien sugirió este lienzo como fondo para la foto.


Yo con Sole, la bella esposa de Antoni Verdú, a la que considero ya una amiga mía.


Con Álvaro y su madre, que conocí esa tarde. Simpatizamos inmediatamente.





La calle del caño y el castillo de Mula, el lienzo que me dejó absolutamente subyugada. La foto no hace justicia a su luminosidad, pero al natural asombra. Una obra maestra.




sábado, 18 de octubre de 2008

Antonio Verdú Asís, pintor de la luz




Ayer, 17 de octubre de 2008, se inauguró en la Sala de Exposiciones Gregorio García Sánchez, de Torre Pacheco, la exposición Paisaje Urbano del pintor Antonio Verdú Asís. Me había invitado el propio pintor, que ha tenido la deferencia de incluir unas líneas mías sobre su obra en el programa de Caja Murcia. Estas líneas mías son fiel reflejo de la admiración que profeso a su obra, y dicen así:
Sus paisaje, magistralmente recreados en sus lienzos, son el exponente del amor que el pintor siente por ellos. Me admira la plasticidad de sus obras, que hace casi palpables las imágenes representadas, dotándolas de vida gracias a la fluidez técnica de la que este artista hace gala y que es propia de una mano hecha a acariciar el paisaje, trasladándolo de la realidad al arte figurativo más depurado. Cada uno de sus cuadros certifica que Antonio Verdú Asís es un verdadero pintor, un pintor de Molina de Segura, un pintor del mundo.

Asistir a un evento cultural protagonizado por él fue, por tanto, toda una experiencia gozosa para mí e imagino que para todos los que allí nos reunimos alrededor del artista. La razón es que tuvimos el privilegio de extasiarnos ante 21 lienzos de una vez, todos tan cautivadores en su interpretación del paisaje urbano que no se sabía a cuál de ellos dirigir la atención, pues la mirada ansiaba abarcarlos todos para saborearlos con fruición estética, así como el que se encuentra ante una mesa surtida de delicadezas apetitosas va degustando una y después otra, para retornar al punto a la primera que degustó y abandonarla a su vez por la segunda o la tercera o quién sabe cuál. Si se dice que se come también con la vista, habrá que imaginar lo que es apreciar un arte plástico como la pintura, entonces sí que se mira la obra y se come -permítanme la metáfora- con la vista. Pero también se mira con los ojos de la sensibilidad, que son los que nos hacen disfrutar más y mejor cuanto más avezados estén a demorarse en la belleza que sólo puede crear un artista, un demiurgo de lo inaprensible con la mera mirada, y aprensible, sin embargo, con la chispa divina de la inteligencia humana.
Después de esta disquisición inicial sobre el arte pictórico, me permitiré opinar sobre la exposición, aunque forzosamente, lo haré desde mi particular perspectiva, lo cual significa que expondré, como el pintor expone sus lienzos, el efecto que me produjeron a mí, pues que yo no sé expresarme más que “Con el corazón en la mano”, tal como reza el título de este humilde blog que escribo.
Al entrar en la sala lo primero que experimenté fue auténtico deslumbramiento, y empleo el término en todas sus acepciones, pero especialmente en la que dice que deslumbramiento es la turbación de la vista por una luz repentina, pues eso exactamente fue lo que me sucedió: que los lienzos expuestos, sin el aditamento de marcos ni molduras de ninguna clase, me dejaron admirada (otra acepción) y me produjeron una gran impresión con su exceso de lujo (otra acepción más). Y es que no hay mayor lujo para la mirada que la belleza sublimada en arte, en este caso en el arte admirable y luminoso del pintor Antonio Verdú Asís.
La luz de los lienzos de Verdú Asís es la misma que la que alegra el ánimo desde las obras de Joaquín Sorolla, y es que ambos son pintores de la luz mediterránea, no la inventan, claro está, la luz nos la da el sol, pero hacen algo casi imposible: apresarla con sus pinceles y encadenarla- gloriosamente libre, paradójicamente- a sus telas para gozo y disfrute de los que tengan la suerte de contemplarlas.
La muestra de Paisaje Urbano consta de 21 lienzos, 14 de ellos de formato vertical y los 7 restantes de formato apaisado, todos ellos de buen tamaño. Creo que conté tres obras cuyo motivo era Venecia y otro más con motivo parisino, Notre Dame, concretamente, que sirve de presentación al cartel y al programa de la exposición. En el resto los paisajes eran de Murcia capital, excepto uno sobre Mula y otro sobre el Monasterio de los Jerónimos, en Guadalupe.
Sería interminable describir lo que cada una de estas obras, y todas en conjunto, me inspiraron. Sentí que comprendía y compartía el punto de vista del autor de tales maravillas y -pueden creerme- eso es lo más satisfactorio que puede experimentar el que se acerca a cualquier obra artística. Supe -y lo confirme preguntándoselo al propio pintor- que había buscado la diferencia de perspectivas de un mismo motivo (la torre de la catedral, su imafronte, el arco de Santo Domingo, el Puente Viejo) no sólo a través del encuadre escogido, sino de la hora del día en que la mirada los percibe.
Así, contemplamos el imafronte o fachada de la catedral de Murcia hacia las seis de la tarde, con pequeños grupos de turistas que la admiran, ya bajo la sombra que cae sobre ellos desde el palacio episcopal. En otro lienzo vemos la misma fachada en plena noche, pero se trata de una “Noche de orquesta”, hay un tablado alzado y unos músicos que tienen como decorado el lujo barroco del principal templo murciano. Unos focos rompen la noche y proyectan su luz sobre algunas esculturas de la fachada, sobre el medallón central, con Santa María, especialmente. Los espectadores, sentados, casi se pueden tocar. La pincelada es rápida, sin duda se trata de la obra más impresionista de toda la muestra, los tonos azules en su gama más profunda. Una maravilla.
La torre de la catedral (que los murcianos dicen a la Virgen de la Fuensanta en el himno que con los ojos de hito en hito mirando está noche y día tu santuario bendito) aparece en lienzos de formato, naturalmente, vertical en ocho de los lienzos, pero en ninguno de ellos se repite, porque el artista va dando vueltas alrededor de ella, la sobrevuela o la mira desde su base.
Técnicamente, el pintor se sirve de la sombra para representar vívidamente los contornos, y a través de la sombra atrapa las líneas que traslada a las telas. Es delicado y detallista en los motivos arquitectónicos, el espectador ve realmente (porque el pintor no deja de lado el realismo) la torre, el edificio del antiguo Hotel Victoria, el Malecón, el Puente Viejo o lo que sea cada vez, pero también es impresionista, esto se advierte en su juego de pinceladas para representar los celajes (el cielo murciano o veneciano o parisino, tan diferentes los unos de los otros) o el agua de los canales de Venecia, del majestuoso Sena o de nuestro depauperado río Segura. En los tres casos se siente temblar la superficie del agua gracias a las pinceladas rápidas en que la alternancia cromática es una constante, con toques argentados casi. El efecto es sorprendente: los cuadros tienen luz, es más, tienen su luz propia, que no es la misma para todos, sino la que e, la que corresponde en cada caso, y no otra. No se sirve el pintor de comodines que para todo sirven, a conveniencia, sino que da a cada cual lo que en verdad es suyo.
El Puente Viejo es otro paisaje urbano que halla en el pintor Verdú Asís su particular biógrafo – permítanme de nuevo que recurra a la metáfora- porque yo creo que los paisaje tienen vida, claro que sí, a decir verdad, creo que tienen vidas, porque atesoran las de todos aquellos que los contemplaron o transitaron. Y aquí está nuestro puente visto desde los Molinos del Río con el viejo edificio de ladrillo rojo del Hotel Victoria y el mercado de Verónicas entrevisto al fondo, o la otra vista del Puente, vertical, que nos muestra la hornacina de la Virgen de los Peligros recibiendo la plena luz solar, expandiendo su reflejo desde el lienzo a los ojos del espectador.
La fachada del Teatro Romea, el Monasterio de los Jerónimos son alardes de representación de edificios, así como lo es de un motivo natural el lienzo del Ficus gigantesco.
Pero el pintor no puede disimular que siente preferencia por el Arco de Santo Domingo, y la plaza de igual nombre. Ahí vuela, se eleva como artista hasta cotas de genialidad. El juego de sombras en el interior del arco es magistral, hay que verlo y dejarse seducir por la imagen, reconocible para cualquiera que haya atravesado el arco, desde la plaza del santo a la del Romea.
Notre Dame es otro de los lienzos geniales del artista, quizás su preferido, puesto que es el que sirve de presentación a la exposición. Aquí dejaré hablar a otro espectador, se trata de mi marido, Javier Canales Meseguer, que conoce más que yo la Historia del Arte, la arquitectura gótica, y además conoce París, cosa que no puedo decir yo. Así es que diré de este lienzo lo que él me comentó. Según él, este es un cuadro al que las fotografías no hacen justicia, uno de esos cuadros que se han visto previamente en el programa y que uno no espera encontrar tan diferentes en la realidad, y sin embargo lo son, y para bien, porque este lienzo visto al natural deja absorto, admira, asombra. Es magnífico. Impresionista, originalísimo puesto que ofrece una perspectiva del monumento no cultivada habitualmente. En vez de representar la fachada, representa el cimborrio, la majestuosidad gótica de los arbotantes y contrafuertes. Sin duda, la fachada recibe la luz a ella dirigida, nosotros podemos verla en su reflejo, que nos deslumbra aun estando nosotros tras el edificio, y en las aguas mansas del río que corteja al prodigio gótico, tan acertadamente representado.
Eso y más dijo él. Pero yo me sentí cautivada por otro cuadro y lo confesaré sin ambages. Para mí, por su originalidad, por su genial tratamiento de la luz, el preferido fue el de la “Calle del Caño y Castillo de Mula”. Hace poco que estuve allí con mi marido, y yo, particularmente, volví a estar allí en la exposición de Antonio Verdú Asís, y no sólo estuve allí, sino que ascendí de nuevo por la pina calle del cuadro y recibí el sol en pleno rostro al llegar al final, a la plazuela de la alta iglesia, a pesar de que la sala de exposiciones estaba en Torre Pacheco y eran las ocho de la tarde, noche ya en esta época del año. No se puede decir más de un cuadro, al menos yo no puedo, si es que se quiere hablar con el corazón y con la sensibilidad de par en par, como a mí me gusta hablar. Tecnicismos aparte, el cuadró me encantó. Pero es que también tengo que referirme a la técnica, y técnicamente el lienzo es genial. Visto de lejos, con la adecuada perspectiva, el cuadro posee luz propia. A mí me hacía el efecto de uno de esos cuadros a través de los que se transparenta una luz colocada tras ellos. Pero no era eso, desde luego, sino el sol, el propio sol que se había colado en el óleo del artista y se derramaba dulcemente sobre las murallas impertérritas del castillo, sin más, para besar con delectación esta vez la fachada y la torre de la iglesia, al final de la cuesta empinada que hay que subir para llegar a ella. La calle, estrecha y por lo tanto con sombra, muestra sus fachadas, en tonos ocres, azul, rojizo, un escenario multicromático que desemboca en la explosión luminosa del fondo, que domina el lienzo como si fuese su corazón y su razón de ser.
Creo que estos cuadros reflejan tanto los paisajes como el paisaje interior del artista, a través de su mirada que se apropia como nadie de la luz. Prometeo dio el fuego de los dioses a los hombres. Antonio Verdú Asís, como un nuevo Prometeo del arte, nos ofrece la luz, la ha atrapado con su pincel para darla a los que se acerquen a sus cuadros.
Para terminar, un consejo: no dejen de ver la exposición, se perderían una auténtica maravilla.


Rosa María Eugenia Cáceres Hidalgo de Cisneros

domingo, 5 de octubre de 2008

Una narración sobre ídolos

La desaparición de los héroes
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Ha cundido el pánico en el mundo a causa de lo que está ocurriendo en España, que de momento es el primer país en sufrir un extraño fenómeno que sería la hecatombe, el verdadero fin de la humanidad, si acaso se extendiera al modo de una epidemia al resto de los países del planeta. La información sobre este rarísimo fenómeno llena las portadas de todos los diarios y abre el espacio de Noticias en todas las cadenas de televisión. Y es que no es para menos. La cosa es gravísima. Al parecer, desde hace unos días están desapareciendo uno a uno, sin dejar el menor rastro, los mejores jugadores de fútbol de los equipos estrella. No me negarán la importancia del suceso. Aunque las autoridades han intentado por todos los medios mantener en secreto este caso, les ha sido imposible por su propia naturaleza. No es fácil que el público crea que un número considerable de jugadores está indispuesto. Esto se usó como tapadera cuando faltaron cinco o seis, pero ahora que faltan casi todos, y de todos los equipos, además, los rumores se expanden como una epidemia de terror y consternación. Es imposible ocultar lo que está pasando. Naturalmente, la repercusión mediática que está teniendo el caso no conoce precedentes. La realidad es que está desencadenando un estado de alarma que puede írsele de las manos en cualquier momento a las autoridades, y quién sabe hasta dónde podrían llegar las cosas si la Policía no descubre a tiempo a los culpables, porque las masas se están inquietando y amenazan levantarse como la masa, valga la redundancia, de un bizcocho a la que se ha añadido demasiada levadura.
Temiendo esta rebelión, la Policía ha creado un dispositivo de búsqueda sin precedentes (al igual que el suceso que estamos analizando, que tampoco se ha dado nunca en España) poniendo a sus mejores detectives al frente de las investigaciones y empleando en las pesquisas todos sus efectivos. Los hombres y mujeres de los Cuerpos de Seguridad del Estado se hallan exclusivamente dedicados a este caso desconcertante, e incluso la Guardia Civil, la Benemérita, imagínense ustedes, ha abandonado todo cometido que no se refiera a este enigma.
La INTERPOL ha tomado cartas en el asunto y los Ejércitos de la Naciones Unidas recibirán pronto la orden de entrar en acción si fuera necesario, que parece que sí que va a serlo, ya juzgarán ustedes. No parece existir más que este problema en el mundo, desde que empezó el extraño fenómeno que a todos quita el sueño.
Y es que no se puede negar que el problema es de crucial importancia: ¡¡Han desaparecido las plantillas completas de todos los equipos de la Liga Profesional de Fútbol de España!! ¡¡Sí señores, las plantillas de los veinte equipos al completo, desde los jugadores a los entrenadores!! ¡¡Ni uno ha quedado!!
¿Dónde están estos hombres? ¿Acaso se han puesto de acuerdo para esconderse todos y sumir así en la desesperación a la población española y , de paso, poner en estado de excepción al mundo entero que comparte el dolor por semejante tragedia?
¡Estamos huérfanos de guías espirituales! ¡Vamos a la deriva, a la catástrofe, al sin sentido vital!
En pocos días, se han esfumado los hombres del Real Madrid C.F., el F.C. Barcelona, el Barça para los amigos (habrán adivinado que es mi equipo), el Espanyol, el Atlético de Madrid, el Valencia, el Sevilla, el Real Murcia, el Real Zaragoza, el Real Valladolid, el Real Betis (¡Cuánta realeza balompédica!), el Getafe, el Recreativo de Huelva, el Osasuna, el Athletic, el Deportivo de La Coruña… ¡No puedo seguir! Compréndanme, estoy destrozado, y es no es para menos, no es pequeño número de hombres, calculen ustedes, pero además es que no son hombres cualquiera sino que son la honra y prez de la Nación. Me he puesto solemne, lo sé, pero es lo que la ocasión merece.
La atención que el asunto está recibiendo por parte de la Policía, como ya les dije, es exclusiva, de ahí a que los maleantes campen a sus anchas sin que nadie se lo estorbe. Yo mismo he sufrido ya varios atracos, pero me lo he tomado como una molestia sin importancia, un mero contratiempo. De estas tonterías al problemón que España tiene va un buen trecho, vamos, que hay un abismo. Claro que siempre hay quién protesta de esta “falta de protección”, como dicen. Es gente sin sentido de la medida, que no comprende que hay cuestiones prioritarias que trasforman en secundarias cosas tan tontas como que a uno le quiten el dinero que acaba de sacar del cajero automático del banco o que le apanden el coche. Son minucias, pero ellos chillan y dicen que son “víctimas” - los muy exagerados- y aducen que de nada les vale a las “víctimas” de las tropelías que todos los días se cometen, ya sean más graves o menos graves, clamar por su derecho a la protección policial o, al menos, a una debida atención cuando acuden a denunciar el delito cometido contra ellos. Con su egoísta victimismo, afirman y denuncian que ellos, los ciudadanos de bien, encuentran nula respuesta a sus demandas, incluyendo familias con algún secuestrado, mujeres maltratadas, ricachones atracados por bandas organizadas de malhechores, joyeros expoliados de su valiosa mercancía de oro, plata, platino y piedras preciosas, inmigrantes apaleados por energúmenos xenófobos, transeúntes aligerados de su móvil o su billetero por el carterista de turno o el descuidero que actúa en grandes almacenes.
Hablando de grandes almacenes, la crisis se ha contagiado a estos centros comerciales, porque todo el mundo está tan preocupado por lo que pasa que nadie tiene humor de comprar nada superfluo, y si bien se piensa, el 99% de los objetos que venden en esos grandes templos del consumismo son completamente inútiles y, en consecuencia, perfectamente prescindibles.
Excepto los bienes necesarios para la subsistencia –alimentos y medicinas- la gente ha dejado de adquirir de todo lo demás (yo el primero) porque ya resultan indiferentes las minucias que antes nos preocupaban. Para decir toda la verdad, hay quien incluso ya no va a la farmacia a por sus medicamentos, entre otras razones, porque ya muchos han perdido la ilusión por curarse, por vivir, en suma. Dicen que para qué quieren seguir viviendo si ya no hay fútbol. Y es que, efectivamente, no lo hay. Se han cerrado los estadios por miedo a algún atentado o a una catástrofe masiva, que podría ser una hecatombe de espectadores, árbitros, jueces de línea y, sobre todo, de jugadores destacados, aunque sean ya de equipos de segunda o tercera, lo cual sería terrible, porque a falta de figuras, sirven de sustitutivo para el público. Son una especie de metadona humana de los astros del deporte rey. Si desaparecieran ellos también…
Nadie se atreve a pensar en un supuesto así. El entrenador de un equipo declaró a los medios que su corazón no soportaría verse privado de uno solo de sus futbolistas. Se han dado casos particularmente dramáticos de afectados por el suceso. Daré algunos ejemplos y ustedes mismos juzgarán:
Un banquero dijo que si el delantero centro de su equipo desapareciera, él se tiraría por el viaducto. Estas declaraciones tan drásticas hicieron de dominio público que se había enamorado apasionadamente del atlético jugador de balompié. Las Revistas del Corazón entraron a saco en los entresijos de la relación, el programa Salsa Asquerosa debatió el tema de los amoríos entre banqueros y deportistas y lo mismo hicieron los espacios Culebrón Culebrón y Diario de Malicia.
Pero hubo otro caso que saltó a los noticiarios de medio mundo:
Todo un señor catedrático de la Complutense se rasgó la toga y ante las cámaras de televisión de varios enviados especiales de un buen número de países, pisoteó el birrete en un puro ataque de histeria, jurando que Quevedo, Góngora, Garcilaso y Cervantes habían sido unos pobres seres que en nada podían compararse con Berkam, Gruti y Manduti y Nalrodiño, que eran los auténticos genios del arte, muy superiores igualmente a Shakespeare, Moliere, Balzac, Galdós y, en nuestros días, a García Márquez y al mismísimo Arturo Pérez Reverte. Naturalmente, este señor tan atribulado era catedrático de Literatura, lo cual explica su conocimiento de aquello en que consiste una verdadera tragedia griega. Ni siquiera faltó el coro, porque otros tantos catedráticos lo imitaron y tiraron igualmente sus birretes al suelo para pisotearlos con denuedo rabioso, como si estuvieran bailándoles encima el zapateado de Sarasate.
Claro, el gesto tuvo bastante repercusión mediática, no suficientemente grande como para que cundiera el pánico en el mundo, porque afortunadamente estas noticias culturales no las siguen más que cuatro majaretas que no tienen criterio, pero alguna alarma sí que creó desde luego, puesto que se trataba de una reacción colateral al tema que a todos quitaba el sueño, que no era otro, faltaría más, que eso de que los futbolistas estuvieran desapareciendo como si se los llevara el viento.
Además, todo eso del pisoteo de birretes y de rasgarse en masa las vestiduras (las togas, para mayor exactitud) tuvo lugar en el Aula Magna de la Universidad de Alcalá de Henares, en la que se procedía al acto de investidura como Doctor Honoris Causa del último Premio Nobel de Literatura, a la sazón, Monandhas Galandhas, digno asceta y escritor hindú que montó en cólera, pese a sus años de práctica en la espiritualidad y el yoga, al ver tan lamentable espectáculo que, al comienzo interpretó (desconocedor de las costumbres españolas) como un homenaje de tipo folclórico en el cual consideró descortés no colaborar, en reciprocidad al entusiasmo de los académicos. Creyéndolo así, el buen señor se dio un tirón de la túnica que vestía y se la arrancó del magro cuerpecillo, dejando ver unas piernas como palillos de tambor y unos hombros con unos alerones esqueléticos parecidos a los de un pollo desplumado. Y con entusiasta agradecimiento, pretendió emular el gesto del birrete (por aquello que debe ser patrimonio de la sabiduría de todos los pueblos de que donde fueres haz lo que vieres) y despojándose del turbante, que era de una pieza, dejó ver su cabeza un tanto apepinada y calva en la que lucían una docena de hirsutos pelos indómitos que le daban un aspecto francamente lamentable.
Cuando su traductor le sopló al oído que la melopea que entonaban todos a coro no era un cántico panegírico de su obra, sino una especie de endecha por la suspensión de los partidos de fútbol en España, el famoso asceta sintió que se desmoronaba toda su filosofía y que su obra era un vano ejercicio teórico, puesto que llegado a una verdadera encrucijada vital como era aquella en que se hallaba, no le venían a la mente ideas de resignada sumisión al karma sino unos irrefrenables instintos asesinos cuyos inspiradores eran esos tipos desquiciados, ataviados con mucetas de variados tonos, amarillas, azules, rojas, que se contorsionaban como posesos y berreaban, algunos ya con lágrimas en los ojos o dejándose caer al suelo en medio de una pataleta convulsa. Esta verdad sobre su tarea (toda una vida meditando y practicando la austeridad más espartana) fue devastadora para su moral y, por consiguiente, para su equilibrio mental.
Monandhas Galandhas, para mayor oprobio, fue captado por las cámaras de televisión y fotografiado por los reporteros (allí presentes para dar fe del solemne acto) en paños menores y con los ojos desorbitados por el estupor, con lo que ya –bien lo sabía- no podría desprenderse de la etiqueta de loco de remate en todo lo que le quedaba de vida y quién sabe si en La India se le relegaría a un estadio social inferior, en virtud de su supuesta desvergüenza y su falta de decoro. Ahí es nada, en taparrabos en todas las portadas de los periódicos y revistas culturales. Y que ese día precisamente el taparrabos que se había calzado estaba ya hecho jirones, si lo hubiera sabido, por lo menos se hubiera puesto un Kalkin Kleis blanco con cinturilla bordada en arabescos verdes que era una pasada y que tenía sin estrenar. Y es que ¡hombre, eso se avisa!

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El Soldado Explorador SX7815 sonrió ampliamente cuando el General Supremo GS1153 lo felicitó ante todos los presentes en el Salón de Honor del Alto Consejo del Planeta Zenzur. Acto seguido, el propio Presidente del Gobierno Zenzuriano le impuso la máxima condecoración que se le hubiera podido otorgar: la Estrella Magnética de Uranio.
Los asistentes al solemne acto pusieron en marcha sus Reactivos de Sonido y no cesaron de producir zumbidos de honor hasta que las baterías de los aparatos se agotaron una tras otra. Entonces el Presidente Zenzuriano le habló para agradecerle, en nombre de todos los habitantes del planeta Zenzur, la gesta que había llevado a cabo:
-¡Gratitud eterna de Zenzur al Explorador que nos ha traído a los Dioses, arrancándolos del Planeta Tierra, que gozaba de su presencia! ¡Ahora nosotros los zenzurianos , pueblo hasta hoy sin religión, seremos los afortunados, pues tendremos el honor de adorarlos y de implorar que realicen prodigios en nuestro favor, llenando a las muchedumbres de alegría y de fervor, como han hecho en sus templos verdes de la Tierra! ¡Hurra por SX7815, hurra, hurra, hurra!,
El Soldado Explorador SX7815 estaba tan emocionado que inició una serie de fluctuaciones de color corporal, pasando del color lila (el natural en su piel) al azul, y luego del verde al morado (la variación más espectacular de todas) para volver poco a poco al lila, una vez recuperado el dominio de su emotividad exaltada y -¿por qué no decirlo?- de su ego, halagado hasta el extremo de hacerle perder la habitual impavidez de militar curtido en cien misiones interespaciales.
Desde la tribuna en que los habían hecho sentar, Berkam, Gruti, Manduti y Nalrodinho no salían de salían de su asombro y no sabían qué pensar, en parte porque no estaban muy entrenados en usar el pensamiento, ya que su entrenamiento no pasaba de la altura de sus pies y sus piernas.