Aquí estoy, como os prometí, subo una foto que pertenece al momento de recibir el premio este viernes pasado en Motril (Granada). En las manos sostengo el diploma enmarcado y llevo también un regalo que es una botella de ron pálido Montero, pues el tema del relato incidía en el cultivo de la caña de azúcar y la elaboración del ron.
Y el sábado...una excursión a Sierra Nevada.
Y un paseo por Granada.
Y para vosotros, un pequeño fragmento de mi relato premiado, que se titula "Azúcar y ron"
Fátima sabía leer. No era cosa común entre las muchachas de su raza, pero ella había aprendido pues era hija de un hombre sabio, sin una madre que la educara al modo en que se educa a las doncellas musulmanas, puesto que su madre había dejado este mundo siendo ella una tierna criatura, y sin hermanos varones que le disputaran el afecto preferente de su padre, el botánico Abdul-Salam. De él había aprendido cuanto sabía, y había heredado la pasión por la agricultura.
Por eso, porque su padre era un sabio en la materia, que había acumulado tratados de agronomía, y por su propia inclinación, Fátima había leído a Abú Omar Aben Hajaj, famoso por su tratado “Al-mokna” o La Suficiente, y a Háj Granadino, cuyos consejos acerca del cultivo de la caña de azúcar estaba repasando en estos momentos, con la complacencia de su padre.
-Padre, dice el Granadino que las cañas entran en sazón hacia el mes de enero, que se cortan en pequeños trozos y se prensa en lagares, como se hace con la uva.
-Cierto, hija mía. Las cañas están repletas de un néctar delicioso que así se obtiene. Prensadas, sueltan su zumo, pero ese zumo hay que trabajarlo, poniéndolo a hervir hasta que se clarifica, y volviéndolo a hervir hasta que queda reducido a una cuarta parte. Luego se pone a cuajar en recipientes de barro, a la sombra. Y de ahí sale el azúcar, que hay que orear bien.
La muchacha escuchaba las explicaciones de su padre con toda su atención pendiente de sus palabras. Abdul- Salam poseía tierras de cultivo en que crecía la caña de azúcar que luego él mismo y sus monderos cortaban en cada zafra o cosecha para extraer aquel tesoro dulce que las cañas contenían. Fátima deseaba desde hacía tiempo pedir a su padre que la dejara participar, si no en las labores de recolección, en las otras posteriores, pero hasta aquel día no se había atrevido. Pese a que su padre la trataba casi con la misma deferencia que si hubiera nacido varón, no confiaba en que le permitiera acompañarlo.