viernes, 26 de septiembre de 2008

Si vuelvo atrás la mirada


Si vuelvo atrás la mirada,
al camino recorrido,
a las penas y los gozos,
a los amores vividos,
los días tristes y alegres,
los lunes y los domingos,
los tonos claros y oscuros
son un espejo en que miro
y veo reflejado todo el camino recorrido.
Se hacen presentes en mi alma
los que anduvieron conmigo,
aquellos que me quisieron
y alguno que me maldijo.
Claroscuros del paisaje,
flor y piedra, hiel y vino,
avatares que ocurrieron en mi andar de peregrino.
Y no hay ya senda de vuelta,
que se cumplió mi destino,
ya no puede desandarse el camino recorrido.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Memorias de lo imaginado


Os presento una de mis narraciones. Pertenece a la antología de cuentos "TIC-TAC 8Relatos contra el tiempo" de la Editorial Atlantis (Madrid 2007), en esa antología escriben ESpido Freire, Luis Eduardo Aute, Leopoldo Alas y otros escritores de renombre. Me honra compartir un espacio literario con ellos.
El relato se titula "Memorias de lo imaginado" y su tema es mi preferido: la intrincada maraña de deseos y realidades, verdades y falacias, maldad y bondad, que conforman al ser humano.


Me llamo Garamonda y soy ya muy vieja, tanto que ni yo misma sé calcular mis años. El tiempo ha pasado en mi vida como pasan las noches dormidas para los que las duermen: insensiblemente, como a traición.
Un siervo de la gleba se levanta a la hora en que sale el sol para abordar su penosa tarea. Las dulces horas del descanso nocturno se le han resbalado entre los párpados sin dejarle más que el deletéreo recuerdo de lo soñado. Igual que ese siervo me asombro yo de que los días de mi vida se me hayan deslizado sin remedio, dejándome apenas el ambiguo sabor de lo vivido sin plenitud ni goce.
Ahora que ya soy una vieja decrépita, la gente, esa masa sin alma de seres crueles, me deja en paz y me permite recogerme en mí -sin tener que preocuparme en ocultarme - para hacer balance de mis acciones recordadas. Pero me sobreviene la duda de cuáles de mis recuerdos son reales y cuáles ficticios. No obstante, es hora de recapitular sobre los hechos que jalonaron el camino de mis días y poco importa la veracidad de mis recuerdos, puesto que nadie fue cronista de mi vida, más que yo misma. Mi memoria flaquea pero, flaca y todo, es mi única compañera en estos tiempos de ocaso vital. Ella me permite revivir mi pasado y yo me permito creerla, aunque sé que se ha vuelto mentirosa y amiga de fantasear como si fuese juglar o juglaresa, pues es memoria femenil y todos tachan a la mujer de ser mentiroso. Mi frágil memoria es la voz que me interpela en mis solitarias tardes.
Desde rapaza solía fabricarme recuerdos de cosas que nunca me sucedieron de verdad. Me hice alquimista de la memoria. También hablaba sola, pues no hubo quien mostrara deseos de conversar conmigo en amor y compaña. Sola estuve siempre y llegué a estar mejor así que con personas cerca.

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Me llaman Garamonda la Meiga y vi la primera luz en las montañas de Galicia. Mi madre me abandonó, o murió - eso no lo supe nunca- siendo yo tan pequeña que no conservo ninguna imagen de ella en la memoria. En cuanto a mi padre, dicen los aldeanos que ni ella supo con seguridad quién era, así es que menos pude saberlo yo.
Empero, la circunstancia de no saber nada de mis padres me permite imaginarlos a mi antojo. Me gusta crear en mi mente el recuerdo inexistente de una madre hermosa sobre toda ponderación, lirio entre mujeres, y de un padre apuesto y gentil fenecido en una heroica acción guerrera. Pensarlos como los hubiera querido no los hace verdaderamente así, pero a mí me sirve de consuelo. Y a fe que lo necesito, pues la vida ha sido casi un castigo para mí y nadie se ha mostrado piadoso conmigo.
Crecí medio salvaje, abandonada y fea, terriblemente fea, según la opinión general. Una mancha púrpura cubría casi toda mi cara. Nací con ella para mi desgracia. Las gentes decían que era la marca que los muchos besos que el Diablo- mi padre decían que era- me habían dejado. Cuando fui ya una moza, aún se acrecentó mi fealdad. En el lugar los que se cruzaban conmigo hacían la señal de la cruz tal y como si se hubieran encontrado con el Diaño. Yo para defenderme me acostumbré a hacer burla de los pusilánimes y los beatos sin alma que tal afrenta me hacían, llamando hija de Satanás a quien, como yo, ningún mal les había causado.
Día tras día fue creciendo en mí el odio, alimentado por los dichos que contra mí corrían por aquellas montañas y la inquina iba creciendo dentro de mi sangre como la peste crece en tiempos de epidemia. Sí era verdad que yo era monstruosa, pues amén de haber nacido con la mancha que ya he dicho que tenía, de nena había caído en una hoguera y me había quemado el rostro y el pelo, sin el que me quedé para siempre. Pero todavía más horrible fueron haciendo mi interior las gentes que murmuraban falsedades sobre mí. Había quien afirmaba haberme visto en compañía de un enorme Macho Cabrío que fornicaba conmigo mientras pisaba con sus pezuñas la tumba del santo ermitaño Radegundo, que se venera en la aldea, había quien contaba que me había visto fabricar una poción con el veneno de seis culebras, seis alacranes y seis hongos ponzoñosos, en memoria de los tres seises que gusta tatuar a sus elegidos el Demonio. Incluso había quien juraba que yo tenía poderes maléficos de los que era mejor guardarse y, para apoyar su dicterio, contaba algún hecho adverso que le había acaecido a él y me lo achacaba a mí. Decían que yo echaba mal de ojo a los que me miraban con prevención y los hacía enfermar de males diversos. Así pues, me temían y me odiaban.
No creo que yo viniera a este desgraciado mundo bajo el signo del Mal, pero sí con la estrella más adversa de las que señorean el firmamento. Mucha verdad es que de lo malo no puede salir nada bueno, y malo era todo lo que se decía de mí y peores las miradas que me lanzaban de soslayo los que me encontraban a su paso.
Huyendo de esa hoguera de calumnias, busqué refugio en el bosque. Me fui a lo más enmarañado de su entraña verde y musgosa. No tardaron en acudir a visitarme, en secreto, los que verdaderamente amaban el Mal y crédulamente habían acogido cuantas patrañas corrían de boca en boca sobre mí, aunque entonces no tenían fundamento alguno. Digo “entonces” porque luego sí tuvieron algo de verdad.
Yo me moría de hambre y de soledad y esos visitantes me traían presentes como a una sacerdotisa del Maligno, lo cual me permitía alimentarme y recibir una adhesión impensable en los tiempos en que me acercaba a la aldea a limosnear y todos me trataban a patadas como a perro sarnoso. Sin embargo, allí en mi cueva del bosque, entre los helechos gigantescos, yo era una meiga respetada, aunque al principio mi maldad fuese una impostura. Pero no me dejaba la vida otro camino y yo eche a andar por el que se abría ante mí. Afirmé saber de hechicerías y de males de ojo que dejaban a mi merced al que me desagradaba. De esta forma, mitad por voluntad, mitad por miedo a mis malas artes, mis seguidores comenzaron a rendirme tributo y luego sus hijos y los hijos de sus hijos por tradición casi, pues los iba sobreviviendo y mi longevidad los afirmaba más en su fe en mis poderes. Los años han pasado como pasa el agua por debajo de un puente y mi fama ha ido en aumento. El misterio que desprende mi figura horrible y viejísima hace aún más creíble mi filiación con el Diablo.
Tengo que reconocer que aunque no vendí el alma al Maligno, sí la vendí a la maldad de los hombres, que no tuvieron caridad para conmigo cuando fui desgraciada y llorosa a implorársela y, sin embargo, me rindieron pleitesía cuando creyeron que yo era malvada. Aman los perversos la perversidad, tuve pues que darles lo que me pedían.
Quisieron que fuese una bruja, y yo lo fui. Requirieron de mí las malas artes que yo en verdad no tenía, y las adquirí para satisfacerlos y alimentarme yo. Necesitaron una intermediaria entre su mezquina maldad y el Mal Inmenso que habita el Averno, y yo me presté a serlo.
Solamente me permití vivir otra existencia mejor en mi imaginación. Ahí, en el arcano insondable de mi corazón fui bella y buena, fui apacible y amada. Alimenté la ilusión de algo que no sucedió jamás. Pero ahora, que soy tan vieja que ya nada importa, deseo olvidar que fui una horrible bruja, que escapó de la hoguera de la Santa Inquisición escondiéndose en un bosque impenetrable. Son mis últimos días y haré balance de mi vida imaginada, en la que yo fui yo de verdad.
Tras la amargura de lo vivido, dejadme paladear el dulce recuerdo de lo imaginado. Al fin y al cabo el tiempo se acaba y muy pronto la Parca me igualará con todos los muertos. Mientras llega ese día, evocaré la vida que no tuve de veras, o quizás sí, quién se acuerda ya. El tiempo ha pasado. También mi dolor pasará.

jueves, 18 de septiembre de 2008

UNA EXPOSICIÓN DE ÁLVARO PEÑA

Hoy por fin -nunca es tarde si los días del evento aún no han acabado- he visto la exposición de Álvaro Peña "FLORA Y TRAPÍO", en la Galería CHYS de Murcia. Confieso que en estas fechas iniciales de curso he tenido que vérmelas y que deseármelas para encontrar un hueco, coger el cercanías de Orihuela a Murcia y cumplir con lo que para mí era tanto un deber de amistad y de agradecimiento, como un auténtico placer.
Me apasiona la pintura. Visitar una exposición es para mí, siempre, ocasión de disfrute, cuánto más si la exposición es de una persona a la que admiro y aprecio.
Bloc en mano, he ido tomando notas sobre lo que los cuadros expuestos me iban sugiriendo.
La serie taurina me ha demostrado el dominio del pintor en el tratamiento de la masa y el movimiento. Precisamente, esos dos factores sobresalen más y mejor al estar combinadas con un uso consciente de la monocromía. El pintor se sirve de tonos en escala de una misma paleta- cálida o fría- en degradados sabiamente dosificados a fin de no eclipsar la línea, la masa y el movimiento casi cinematográfico de las imágenes, por otra parte, de una elegancia notable.
Los tres cuadros con las cabezas de toro, de tamaño natural, dos de ellas en tonos agrisados y la otra en tonos rojos, impactan por la mirada de los animales que nos reta y nos interpela, como preguntando por la razón de su tortura en la plaza.
He pasado, no obstante, por encima de un tema -el taurino- que no se adapta a mi sensibilidad personal y me he deleitado con la serie dedicada a las flores, a las rosas en su mayoría.
Las había blancas sobre un lecho verde, un conjunto agrupado en un mismo marco de seis hermosas rosas con tonalidades lila, rosada, anaranjada, azul o asalmonadas. En formato apaisado o vertical, las rosas resultabal magníficas y técnicamente perfectas. Jugando de nuevo con la monocromía, el pintor experimenta en un conjunto de cuatro cuadros de formato cuadrado con el rojo desleído en agua, el blanco apenas agrisado, el verde- excepcionalmente alegrado con un toque dorado- y el poético lila.
El problema que presentan las rosas que pinta Álvaro Peña es que no se sabe cuál elegir, tan hermosas son todas ellas. Había una rosa blanca sobre un fondo degradado del azul y gris al verde pálido, en un magistral juego de sombras, que me cautivó. Pero lo mismo me ocurrió con otra rosa solitaria, en un tono rosado palidísimo, casi blanco, sobre un fondo verde, o la de color salmón sobre un fondo morado, en degradado magistral.
Sería interminable y repetitivo seguir comentando cada una de las pinturas que tienen a la rosa- reina de las flores- como protagonista. Álvaro Peña demuestra hasta la saciedad que la representación a pincel de sus pétalos no tiene misterio para él.
Otra cosa son las azucenas , igualmente hermosas y bien pintadas, pero sugeridoras de una belleza diferente, que el pintor capta con sabiduría y con su habitual elegancia de composición. Eso, sobre todo.
Me ha gustado mucho un cuadro con dos azucenas que entrecruzan sus tallos, verdes en contraste con su blancura, sobre un fondo rojo, lila y morado, mezclados los tonos con expertas pinceladas que producen un efecto de relieve y sombra que da mayor realce a la tersura y pureza del blanco de las flores.
Pero, sinceramente, me ha entusiamado otro cuadro, en formato vertical como el anterior, en que se repite el tema de las dos azucenas con los tallos entrecruzados. La sugerencia de la disposición de las dos flores es patente para mí. La más alta, parece inclinarse sobre la otra, tal y como si quisiera abrazarla o besarla delicadamente. Como dos amantes, castos en su deseo aún nada más que en ciernes, las azucenas se unen sobre un fondo azul, el color de la poesía.
He contado veinticuatro cuadros en la sala más el que nos recibe a la entrada, vertical, de gran formato, con tres rosas blancas y una roja, más alta, luciendo su soberanía y su belleza ardiente que se impone sobre la pálida elegancia de las otras tres, y el del escaparate, apaisado, con cuatro rosas azules como azules son , a veces, los sueños de verano, estación en que aún estamos.
He conseguido un catálogo, además. Me ha encantado la exposición. Álvaro Peña es un gran pintor.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

El HALCÓN


EL halcón peregrino las esferas domina
con los ojos agudos, las alas extendidas
como timón la cola
y las plumas altivas.
Como el halcón
mi alma
las bajezas declina
y se va alto,
muy alto,
por ver si las olvida.
¡Quién tuviese los ojos de ave de cetrería,
distinguir la ventura,
capturar la alegría
y otear desde lo alto la meta perseguida!
¡Quién con majestad de ave
distinguiera allá arriba,
como cosa lejana, la insidia de la envidia
de las pequeñas almas hacia el alma encendida!

martes, 16 de septiembre de 2008

Campo de minas. Un poema mío ilustrado con una fotografía de Gaspar Poveda


CAMPO DE MINAS
Camino en campo minado
con las minas peligrosas de la vida.
Imposible sortearlas,
a cada paso hay una, terrible y escondida.
Recorro un campo minado,
no puedo evitar las minas...
Ayer pisé la del desamor,
hoy he pisado la de la ira...,
tal vez mañana pisaré la del rencor,
o tal vez pisaré la de la envidia...
De un lado a otro ,
huiyendo el daño, la traición aleve
y la rastrera zancadilla.
Esclavo, siervo,
la gleba es el trabajo que empuja,
quiéralo o aunque no quiera
a la agobiante carrera competitiva...
Como tantos, braceando en la corriente
del río desbordado
de la vida,
en las aguas en que nadan,
como terribles peces de tragedia y sangre,
las feroces minas.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Aldonza

Nadie ha oído la voz
de esta manchega dama,
nadie sabe en quién piensa
ni adivina a quién ama.
Quizás al caballero
que con Sancho cabalga
por los llanos manchegos
y Dulcinea la llama.
Quizás la ha enamorado
el brillo de sus armas
o su porte altanero
o su cultura vasta
o, más probablemente,
su valerosa alma,
sus rendidas palabras,
su cortesía innata.
Quizás la ha conmovido
su lucha denodada
por llevar la justicia
a donde es demandada,
y el que proclame al viento
que libra sus batallas
en honor de su dama,
reina y sol de La Mancha.
Ella, Aldonza Lorenzo,
amada y adorada,
tiene por don Quijote
el alma conquistada.
Sabe que siempre lucha,
sabe que nunca gana,
mas sabe que la invoca
al entrar en batalla.
Y siente, conmovida,
que a don Quijote ama,
y en El Toboso espera,
amante, su llegada.
Y el Caballero Andante
sólo piensa en hallarla,
rendirle pleitesía
y ofrecerle su espada,
y llamarla princesa,
su señora, su dama,
la más bella entre bellas,
la Reina de La Mancha.
Por eso impone a Sancho
su marcha apresurada
camino de El Toboso,
en busca de su amada.