Os presento uno de mis relatos premiados. Esta narración corta recibió este pasado mes de agosto el segundo Premio Nacional "Rodrigo Manrique", de Siles (Jaén).
Espero que os guste.
UN CYRANO CUALQUIERA
Soy un Cyrano cualquiera, de los muchos que hay en el mundo, porque los hay en abundancia, puedo asegurarlo. Pero uno no nace como el de Edmond Rostandt, sino que se convierte en alguien como él, y no porque le crezca la nariz y llegue a ser la nariz portentosa del de Bergerac, sino porque se ofrece a escribir cartas de amor a la Roxana de turno. Y es que también el papel de Roxana está repetido en este mundo.
El Cyrano que yo soy, que es como el otro un sentimental empedernido, escribe cartas en las que vierte el tesoro de sus sentimientos de amor para que ella las lea, como leía Roxana las que recibía, pensando que las había escrito el bello Cristián de Neuvillette, el apuesto, el guapo. Un cadete atractivo físicamente, pero sin un gramo de sal en la mollera.
En mi rol de héroe enamorado platónico, escribo en nombre de mi amigo Mario. Yo creo que en realidad él es incapaz de amar sino a su propia imagen de maniquí perfecto de escaparate. Y lo creo porque he observado el endiosamiento que en un hombre tan guapo como él puede crear la admiración femenina, rendida sin condiciones. Ser casi perfecto en cuanto al físico termina haciendo a un hombre superficial. Los que no tenemos ese privilegio, ahondamos y ahondamos en nuestro interior, quizás buscando alguna cualidad excelsa que nos redima de nuestra fealdad, de nuestras muchas imperfecciones y como resultado, a menudo logramos ser un poco menos mentecatos. Algo bueno tenía que tener estar en el lado de los que no gustan.
Pero yo de verdad quiero a Mario, lo quiero como un ser tan humillado como yo a causa de su aspecto físico puede querer al único amigo que ha tenido en toda su vida. Sin embargo, sería engañarme a mí mismo fingir creer que hago lo que hago en virtud de ese cariño que le he tenido siempre y que aún le tengo. No es ese el motivo, no. La realidad es que él me ha ofrecido sin saberlo la única oportunidad de enamorar a la mujer que amo, si no con mi persona entera, sí con mi alma. Escribirle esos mensajes, algún poema, aunque vayan firmados por Mario, me da ocasión de mostrar mi verdadero ser. Siempre en la sombra, como el negro literario de un escritor de fama.
Eso ha sido lo que yo he hecho. Por eso digo que soy un enamorado enmascarado, oculto en cuanto a su aspecto físico, pero convicto y confeso de amor, expresado en mensajes escritos con el alma desnuda, sin máscara ni engaño. Aunque sí hay un engaño, lo hay, no he de negarlo. Ya me he atrevido a confesármelo a mí mismo. Este engaño no va dirigido tanto hacia la mujer que recibe el mensaje, sino hacia el hombre que los firma, que es, sin sospecharlo, un mediador entre un alma enamorada que contacta con el alma de la amada. Es complicado, incluso maquiavélico, pero es mi auténtica intención al redactar esas frases construidas para seducir el alma femenina. No me mueve la amistad en este caso. Mario es mi amigo, pero en la guerra y en el amor no hay amistad que valga. No lo hago por altruismo desinteresado; menos todavía soy una especie de mediador, un tercero, un casamentero o, dicho llanamente, un alcahuete.
En los tiempos que corren, no es nada usual escribir cartas en papel, pero el mundo es el mismo desde que existe, y en barro, en piedra, en pergamino, en papel, por no citar más posibilidades, el enamorado siempre ha demostrado su amor a la amada, intentando conquistarla con frases halagadoras.
Hoy es el SMS o el e-mail el canal por el que viaja el mensaje amoroso, pero en esencia nada ha cambiado, es lo mismo de siempre en realidad.
Lo importante son las palabras, saber expresarse con ellas, ponerlas al servicio de la conquista amorosa, del amor en sí. Y yo siempre he tenido palabras que decir, pero me ha faltado alguien a quién decírselas. No porque yo sea incapaz de enamorarme, nada más lejos que eso, sino porque en una sociedad para la que es prioritaria la apariencia, yo no tengo posibilidad alguna de ser aceptado. Y lo sé, tristemente, tengo esa certeza.
Soy un Cyrano cualquiera, de los muchos que hay en el mundo, porque los hay en abundancia, puedo asegurarlo. Pero uno no nace como el de Edmond Rostandt, sino que se convierte en alguien como él, y no porque le crezca la nariz y llegue a ser la nariz portentosa del de Bergerac, sino porque se ofrece a escribir cartas de amor a la Roxana de turno. Y es que también el papel de Roxana está repetido en este mundo.
El Cyrano que yo soy, que es como el otro un sentimental empedernido, escribe cartas en las que vierte el tesoro de sus sentimientos de amor para que ella las lea, como leía Roxana las que recibía, pensando que las había escrito el bello Cristián de Neuvillette, el apuesto, el guapo. Un cadete atractivo físicamente, pero sin un gramo de sal en la mollera.
En mi rol de héroe enamorado platónico, escribo en nombre de mi amigo Mario. Yo creo que en realidad él es incapaz de amar sino a su propia imagen de maniquí perfecto de escaparate. Y lo creo porque he observado el endiosamiento que en un hombre tan guapo como él puede crear la admiración femenina, rendida sin condiciones. Ser casi perfecto en cuanto al físico termina haciendo a un hombre superficial. Los que no tenemos ese privilegio, ahondamos y ahondamos en nuestro interior, quizás buscando alguna cualidad excelsa que nos redima de nuestra fealdad, de nuestras muchas imperfecciones y como resultado, a menudo logramos ser un poco menos mentecatos. Algo bueno tenía que tener estar en el lado de los que no gustan.
Pero yo de verdad quiero a Mario, lo quiero como un ser tan humillado como yo a causa de su aspecto físico puede querer al único amigo que ha tenido en toda su vida. Sin embargo, sería engañarme a mí mismo fingir creer que hago lo que hago en virtud de ese cariño que le he tenido siempre y que aún le tengo. No es ese el motivo, no. La realidad es que él me ha ofrecido sin saberlo la única oportunidad de enamorar a la mujer que amo, si no con mi persona entera, sí con mi alma. Escribirle esos mensajes, algún poema, aunque vayan firmados por Mario, me da ocasión de mostrar mi verdadero ser. Siempre en la sombra, como el negro literario de un escritor de fama.
Eso ha sido lo que yo he hecho. Por eso digo que soy un enamorado enmascarado, oculto en cuanto a su aspecto físico, pero convicto y confeso de amor, expresado en mensajes escritos con el alma desnuda, sin máscara ni engaño. Aunque sí hay un engaño, lo hay, no he de negarlo. Ya me he atrevido a confesármelo a mí mismo. Este engaño no va dirigido tanto hacia la mujer que recibe el mensaje, sino hacia el hombre que los firma, que es, sin sospecharlo, un mediador entre un alma enamorada que contacta con el alma de la amada. Es complicado, incluso maquiavélico, pero es mi auténtica intención al redactar esas frases construidas para seducir el alma femenina. No me mueve la amistad en este caso. Mario es mi amigo, pero en la guerra y en el amor no hay amistad que valga. No lo hago por altruismo desinteresado; menos todavía soy una especie de mediador, un tercero, un casamentero o, dicho llanamente, un alcahuete.
En los tiempos que corren, no es nada usual escribir cartas en papel, pero el mundo es el mismo desde que existe, y en barro, en piedra, en pergamino, en papel, por no citar más posibilidades, el enamorado siempre ha demostrado su amor a la amada, intentando conquistarla con frases halagadoras.
Hoy es el SMS o el e-mail el canal por el que viaja el mensaje amoroso, pero en esencia nada ha cambiado, es lo mismo de siempre en realidad.
Lo importante son las palabras, saber expresarse con ellas, ponerlas al servicio de la conquista amorosa, del amor en sí. Y yo siempre he tenido palabras que decir, pero me ha faltado alguien a quién decírselas. No porque yo sea incapaz de enamorarme, nada más lejos que eso, sino porque en una sociedad para la que es prioritaria la apariencia, yo no tengo posibilidad alguna de ser aceptado. Y lo sé, tristemente, tengo esa certeza.
He cosechado a lo largo de mi vida demasiadas burlas, demasiadas humillaciones, debido a mi aspecto físico.
Soy la antítesis de uno de esos tipos perfectos, como los de los anuncios de colonia, que hacen suspirar a las chicas. No soy alto, ni delgado, ni atlético, ni tengo los labios carnosos y la mirada decidida, y en la lotería genética no me correspondieron sino números con los que no es posible ganar ningún premio. Únicamente me concedió una baza: la de las palabras. Esa es mi habilidad.
Pero hoy no hace uno nada en el mundo si no cuenta con una imagen de triunfador. Seamos sinceros. La gente se queda en la cáscara de la persona, no le interesa descubrir si la almendra, que está dentro, es dulce o amarga.
Mario, mi mejor amigo, más exactamente, mi único amigo, es lo contrario a mí.
Somos amigos porque nuestra amistad se forjó en la más tierna infancia, cuando aún no se ha forjado el carácter y los intereses personales no están definidos tampoco. A esa edad temprana no cuentan los diferentes coeficientes intelectuales, ni se fija uno en ciertas cosas, tales como la estatura, la complexión.
Como digo, nuestra amistad viene de la niñez, cuando aún no nos habíamos desarrollado y no se podía saber que yo no crecería casi, que sería lo que soy, un enano.
Mi enanismo ha sido el motivo de que ni en el Instituto ni ahora, en la Universidad, tenga amigos y menos aún amigas.
Los muchachos huían de mí como de la peste, porque si me aceptaban en su grupo les estropearía el plan con las chicas; yo lo comprendía, claro, porque o bien habría que esperar un imposible, que una muchacha aceptara emparejarse conmigo, o me quedaría solo, de sujetavelas y de mirón mientras ellos iban a lo suyo. Ningún papel más humillante y desairado
Esa posibilidad todavía me repugnaba más a mí que a ellos. Al fin y al cabo, yo siempre he tenido mi dignidad.
En cuanto a las chicas, naturalmente sabía que ninguna iba a querer un acompañante que no le llegara ni mucho menos al hombro.
Mario era el único que no me esquivaba. Él sí venía algunas veces conmigo, al cine, a tomar un café y cosas así, sin embargo cada vez espaciaba más las ocasiones en que salíamos juntos, y prefería para salir a divertirse juntarse con otros amigos, y sobre todo, con otras amigas, porque se había vuelto un donjuán en cuanto advirtió que gustaba bastante a las chicas. Porque Mario tiene lo que se dice tirón con ellas. Y la cosa que no es de extrañar, Mario ha llegado incluso a trabajar alguna vez como modelo masculino joven en campañas publicitarias de pantalones vaqueros y camisas de marca, porque además de sus perfectas facciones, tiene un cuerpo atlético y perfectamente proporcionado, que además cuida en el gimnasio con tesón y constancia.
Últimamente está viniendo a buscarme con mucha frecuencia a la Universidad y me cuenta sus cosas. No me llamo a engaño; sé que no viene por mí exactamente. Se ha colado por una chica de mi Facultad, la de Filosofía y Letras. Ella y yo somos del mismo grupo de tercero de Hispánicas, y compartimos aula diariamente.
La muchacha se llama Elisa, como la de Beethoven, y es una preciosidad. Yo estoy enamorado en secreto de ella desde el curso pasado, y no consigo quitarle la vista de encima en cuanto aparece en mi ángulo de visión. Para mí es un ángel, un ideal hecho mujer de carne y hueso. Una carne que jamás rozaré, ni siquiera. Tengo esa dolorosa certeza.
Mario estudia Matemáticas, aunque no le va nada bien, la verdad es que no ha conseguido aprobar ni una sola asignatura de la Carrera todavía. Es algo que no le preocupa demasiado. Jamás fue buen estudiante, pero sabe que tiene la vida resuelta con los negocios de su padre.
Sin embargo, en otro orden de cosas anda cabizbajo, inseguro. Hace unas semanas me ha confiado su angustia. Se ha enamorado sinceramente, pero se siente acomplejado, muy inferior a ella en el terreno de las palabras. Elisa es, sin duda, la alumna más aventajada en Literatura.
-Se reirá de mí en cuanto le hable. Soy incapaz de decir una frase larga, con metáforas y comparaciones y cosas de esas que se os dan tan bien a los de Letras. Si tú quisieras ayudarme…
Y así empecé a transformarme en un Cyrano, un Cyrano cualquiera; otro más de los que -estoy seguro- ha habido en el mundo; hombres sin atractivo físico alguno, pero capaces de amar y de decir las más bellas palabras de amor a la mujer por la que se mueren en secreto.
Y no es que al principio no sintiera los naturales celos; él venía a por Elisa, a conquistarla, a llevársela en fin. Pero soy lo bastante inteligente como para comprender que los celos son un sentimiento absurdo en todo el que los padece, pero más aún si cabe en mí, que no puedo competir con ningún otro.
He hecho firme propósito de no confesarle a mi vez mis sentimientos por esa muchacha, y de no permitir que mi amor por ella se deje adivinar. Me mataría la vergüenza si mi amigo se enterara y se lo tomara a risa. Y si fuera ella la que se riera de mí, me mataría yo mismo.
Mario no sabrá nunca que yo me siento tan hombre como se pueda sentir cualquier otro, él incluido. Ignora que daría mi vida por esta mujer. En cuanto a ella, estoy completamente seguro de que no sospecha en absoluto mis sentimientos. Cómo podría adivinarlos, si ni repara en mí. Al revés que yo, que no dejo de mirarla a hurtadillas.
Durante semanas enteras yo había observado que Elisa seguía con los ojos a mi amigo cuando venía a la Facultad a buscarme. Él me utilizaba como excusa para verla a ella. Ella ni se daba cuenta de que yo estaba allí, junto a Mario.
Pero a mí nada de sus respectivas actitudes se me escapaba. Analizaba cómo él la miraba a ella, embobado, y cómo ella se alteraba ligeramente, ruborizándose y mirándolo con disimulo por entre sus párpados deliciosamente entornados y sus pestañas sedosas. La mirada de ella era la de una enamorada. Sé reconocer ese brillo, ese parpadeo, esa expresión, esa leve coquetería al apartarse el pelo de la cara y acariciarlo como quien acaricia una suntuosa cascada de seda color miel.
Yo jamás hubiera soñado con hablarle de amor a una mujer así. Pero desde hace ya más de un mes lo estoy haciendo. Todos los días le escribo mensajes apasionados, poemas desesperados, declaraciones fogosas…
Es mi única oportunidad. Mario está contento.
-Lo importante es que se enamore de mí, luego ya no necesitaré mandarle más mensajes, será otra fase de la relación- me ha dicho.
Así piensa. Yo no sé si tiene razón. Sólo sé que diariamente expreso mi amor desbordado a Elisa. Y aunque ella no sabrá nunca que yo soy el que la ha enamorado con sus palabras, yo sí lo sabré. Y ese será mi triunfo, el único al que puedo aspirar.
De momento estoy soñando con ella, y estoy gozando del privilegio de conquistarla con mi corazón convertido en palabras, porque estoy actuando como Cyrano de Bergerac. Soy un enamorado en la sombra, de los tantos que en el mundo han existido, soy un Cyrano cualquiera.
Soy la antítesis de uno de esos tipos perfectos, como los de los anuncios de colonia, que hacen suspirar a las chicas. No soy alto, ni delgado, ni atlético, ni tengo los labios carnosos y la mirada decidida, y en la lotería genética no me correspondieron sino números con los que no es posible ganar ningún premio. Únicamente me concedió una baza: la de las palabras. Esa es mi habilidad.
Pero hoy no hace uno nada en el mundo si no cuenta con una imagen de triunfador. Seamos sinceros. La gente se queda en la cáscara de la persona, no le interesa descubrir si la almendra, que está dentro, es dulce o amarga.
Mario, mi mejor amigo, más exactamente, mi único amigo, es lo contrario a mí.
Somos amigos porque nuestra amistad se forjó en la más tierna infancia, cuando aún no se ha forjado el carácter y los intereses personales no están definidos tampoco. A esa edad temprana no cuentan los diferentes coeficientes intelectuales, ni se fija uno en ciertas cosas, tales como la estatura, la complexión.
Como digo, nuestra amistad viene de la niñez, cuando aún no nos habíamos desarrollado y no se podía saber que yo no crecería casi, que sería lo que soy, un enano.
Mi enanismo ha sido el motivo de que ni en el Instituto ni ahora, en la Universidad, tenga amigos y menos aún amigas.
Los muchachos huían de mí como de la peste, porque si me aceptaban en su grupo les estropearía el plan con las chicas; yo lo comprendía, claro, porque o bien habría que esperar un imposible, que una muchacha aceptara emparejarse conmigo, o me quedaría solo, de sujetavelas y de mirón mientras ellos iban a lo suyo. Ningún papel más humillante y desairado
Esa posibilidad todavía me repugnaba más a mí que a ellos. Al fin y al cabo, yo siempre he tenido mi dignidad.
En cuanto a las chicas, naturalmente sabía que ninguna iba a querer un acompañante que no le llegara ni mucho menos al hombro.
Mario era el único que no me esquivaba. Él sí venía algunas veces conmigo, al cine, a tomar un café y cosas así, sin embargo cada vez espaciaba más las ocasiones en que salíamos juntos, y prefería para salir a divertirse juntarse con otros amigos, y sobre todo, con otras amigas, porque se había vuelto un donjuán en cuanto advirtió que gustaba bastante a las chicas. Porque Mario tiene lo que se dice tirón con ellas. Y la cosa que no es de extrañar, Mario ha llegado incluso a trabajar alguna vez como modelo masculino joven en campañas publicitarias de pantalones vaqueros y camisas de marca, porque además de sus perfectas facciones, tiene un cuerpo atlético y perfectamente proporcionado, que además cuida en el gimnasio con tesón y constancia.
Últimamente está viniendo a buscarme con mucha frecuencia a la Universidad y me cuenta sus cosas. No me llamo a engaño; sé que no viene por mí exactamente. Se ha colado por una chica de mi Facultad, la de Filosofía y Letras. Ella y yo somos del mismo grupo de tercero de Hispánicas, y compartimos aula diariamente.
La muchacha se llama Elisa, como la de Beethoven, y es una preciosidad. Yo estoy enamorado en secreto de ella desde el curso pasado, y no consigo quitarle la vista de encima en cuanto aparece en mi ángulo de visión. Para mí es un ángel, un ideal hecho mujer de carne y hueso. Una carne que jamás rozaré, ni siquiera. Tengo esa dolorosa certeza.
Mario estudia Matemáticas, aunque no le va nada bien, la verdad es que no ha conseguido aprobar ni una sola asignatura de la Carrera todavía. Es algo que no le preocupa demasiado. Jamás fue buen estudiante, pero sabe que tiene la vida resuelta con los negocios de su padre.
Sin embargo, en otro orden de cosas anda cabizbajo, inseguro. Hace unas semanas me ha confiado su angustia. Se ha enamorado sinceramente, pero se siente acomplejado, muy inferior a ella en el terreno de las palabras. Elisa es, sin duda, la alumna más aventajada en Literatura.
-Se reirá de mí en cuanto le hable. Soy incapaz de decir una frase larga, con metáforas y comparaciones y cosas de esas que se os dan tan bien a los de Letras. Si tú quisieras ayudarme…
Y así empecé a transformarme en un Cyrano, un Cyrano cualquiera; otro más de los que -estoy seguro- ha habido en el mundo; hombres sin atractivo físico alguno, pero capaces de amar y de decir las más bellas palabras de amor a la mujer por la que se mueren en secreto.
Y no es que al principio no sintiera los naturales celos; él venía a por Elisa, a conquistarla, a llevársela en fin. Pero soy lo bastante inteligente como para comprender que los celos son un sentimiento absurdo en todo el que los padece, pero más aún si cabe en mí, que no puedo competir con ningún otro.
He hecho firme propósito de no confesarle a mi vez mis sentimientos por esa muchacha, y de no permitir que mi amor por ella se deje adivinar. Me mataría la vergüenza si mi amigo se enterara y se lo tomara a risa. Y si fuera ella la que se riera de mí, me mataría yo mismo.
Mario no sabrá nunca que yo me siento tan hombre como se pueda sentir cualquier otro, él incluido. Ignora que daría mi vida por esta mujer. En cuanto a ella, estoy completamente seguro de que no sospecha en absoluto mis sentimientos. Cómo podría adivinarlos, si ni repara en mí. Al revés que yo, que no dejo de mirarla a hurtadillas.
Durante semanas enteras yo había observado que Elisa seguía con los ojos a mi amigo cuando venía a la Facultad a buscarme. Él me utilizaba como excusa para verla a ella. Ella ni se daba cuenta de que yo estaba allí, junto a Mario.
Pero a mí nada de sus respectivas actitudes se me escapaba. Analizaba cómo él la miraba a ella, embobado, y cómo ella se alteraba ligeramente, ruborizándose y mirándolo con disimulo por entre sus párpados deliciosamente entornados y sus pestañas sedosas. La mirada de ella era la de una enamorada. Sé reconocer ese brillo, ese parpadeo, esa expresión, esa leve coquetería al apartarse el pelo de la cara y acariciarlo como quien acaricia una suntuosa cascada de seda color miel.
Yo jamás hubiera soñado con hablarle de amor a una mujer así. Pero desde hace ya más de un mes lo estoy haciendo. Todos los días le escribo mensajes apasionados, poemas desesperados, declaraciones fogosas…
Es mi única oportunidad. Mario está contento.
-Lo importante es que se enamore de mí, luego ya no necesitaré mandarle más mensajes, será otra fase de la relación- me ha dicho.
Así piensa. Yo no sé si tiene razón. Sólo sé que diariamente expreso mi amor desbordado a Elisa. Y aunque ella no sabrá nunca que yo soy el que la ha enamorado con sus palabras, yo sí lo sabré. Y ese será mi triunfo, el único al que puedo aspirar.
De momento estoy soñando con ella, y estoy gozando del privilegio de conquistarla con mi corazón convertido en palabras, porque estoy actuando como Cyrano de Bergerac. Soy un enamorado en la sombra, de los tantos que en el mundo han existido, soy un Cyrano cualquiera.
22 comentarios:
Cuando alguien se siente de alguna forma "diferente" a los demás, puede ocurrir, que cuando llega el amor, se es incapaz de transmitirlo y sí conservar la amistad de Mario, que en el fondo es un "enemigo", al estar enamorado de la misma persona que es Elisa. Nadie debe sentirse Cyrano. Un fuerte abrazo.
Hola querida Rosa:
Sabes es una de las Obras que desde pequeña, al oirla por la radio en el Teatro iinvisible, me encantó.
Y tu has creado con este Cyrano cualquiera un estudiante inteligente muy hermoso interiormente, aunque su envoltura sea la de una digamos hombre pequeño, ni la belleza ni estatura de Mario, pueden comparase con este pequeño hombre que tiene el alma tan grande que seguro no le cabe en el cuerpo.
Me gusta mucho como lo relatas Rosa.
Estamos en uan sociedad de Maniquíes, pero te digo de veras. que la belleza del alma aunque no se le de importancia es mucho más grande.
Mira, caramba, que me pido este libro para reyes.
Ya te escrbiré amiga mía ya estoy terminando con La Isla Cueva Lobos.
Me gustaría poder estirar el tiempo como un chiclé, pero también necesito dormir.
Besicos, Montserrat
¡Excelente relato,Rosa!...me lo he leído de tirón. Con razón consiguió un premio a nivel nacional.
Un tema que siempre será actualidad...amor espiritual, desinteresado y el otro...el que entra por los ojos.Siempre habrá de los dos verdad? Un tema controvertido.Siempre se dice que se ama por el interior, pero, la verdad será siempre que el amor de pareja es una mezcla de los dos, sobre todo, al principio, en la juventud.
Lo dicho...los que tenemos el privilegio de haberte conocido, aunque sea por este medio...¡vaya suerte que hemos tenido!.
Un beso, amiga. Hasta pronto.
Olegario, entre el amigo y el enemigo a menudo lo que hay es la frontera de la dependencia emocional del más "débil"-digámoslo así- hacia el más "fuerte". Y en las cosas del enamoramiento, que es siempre superficial, el fuerte brilla y deslumbra, y al débil hay que descubrirlo.
Sentirse un Cyrano es a la vez trágico y de almas generosas...o tal vez desesperadas.
Un abrazo
Montserrat, si todas las personas fueran como tú, no existiría la maldad ni el egoísmo en el mundo.
No se trata este relato de libro alguno, es un relato independiente que presenté a concurso...y ganó.
Una sociedad de maniquíes es una sociedad vacua, enferma...Sin embargo, siempre hay personas que viven en la sombra sin que nadie se fijé en ellas, y suelen ser personas muy valiosas.
Ya me dirás que te ha parecido "Isla Cueva Lobos", que la voy a presentar en breve aquí en Orihuela.
Un besico
Francisca, eres la generosidad en persona. Qué cosas me dices...Muchas gracias.
Ya iré publicando algún otro relato de los que se han editado o ganado premios, a ver si también te gustan.
Acaba de llegar la cartelería para mi próxima presentación, es muy bonita.
Un besico
Rosa, mi querida profesora, felicidades por este premio; me ha gustado el relato. Son muchisimas las personas anónimas que merecen un reconocimiento.
Un saludo muy cordial.
Goriot.
Yo creo que todos nos sentimos Cyranos más de una vez. No me extraña que lo premiaran, Rosa.
Un abrazo
A mi no me extraña nada que te premien, escribes muy bien, eso lo sabe y lo aprecia mucha gente...
¿Quién no es un Cyrano cualquiera alguna vez?
Besicos.
Rosa, como se nota la pluma de una escritora consagrada.
Bella historia, que no se cansa uno de leer, sobre todo cuando lo hacen, de forma tan amena que te apetece fuera más largo, para disfrutar de la lectura.
Que daría yo por tener ese don.
Solo me compensa, las sonrisas que arranco con mis entradas. Que espero que una de ellas sea también la tuya.
Saludos, manolo
Goriot, siempre me causa una gran alegría tu visita. No sabes cuánto siento no poder corresponder como yo quisiera a todos mis amigos del blog, con visitas y comentarios enjundiosos, pero estoy un tanto agobiada con mil tareas. Hoy acabo de llegar a casa, después de una mañana agitadísima. Sin embargo, me encuentro con vosotros y todo vuelve a su cauce.
Un abrazo
Amig@mi@, Cyranos o no Cyranos, enamorados en la sombra o enamorados de relumbrón, pero ¿qué hay tras un Cyrano? ¿Heroísmo, generosidad, cobardía, conformismo...?
Un besico
Cabopá, ¡qué bonica eres! me dices unas cosas que me aumentan la autoestima jajaja. Dios te lo pague, amiguica.
Un besico
manolo, no dudes de que siempre sonrío al leer tus comentarios. Tu amabilidad le alegra la vida a cualquiera. Tú también escribes bien, no seas tan humilde.
Un abrazo
Cuantos Cyranos hay por ahí, tímidos, recelosos, incapaces de comerse el mundo... Me gustan las personas decididas, que luchan por la conquista, tenaces en lo suyo. Y donde hay un corazón de verdad resplandece la belleza..
Enhorabuena, Rosa, por ese relato y su trasfondo.
Un abrazo,
Luis.
Bonito relato.
Para encontrar la belleza de una persona hay que raspar la máscara, el envoltorio, la piel... debajo se encuentra lo auténtico. Lo del exterior se llama disfraz.
Un saludo.
Hola Rosa, en primer lugar enhorabuena, he leído el relato y me ha gustado muchísimo. Tienes una literatura grandiosa, enhorabuena y... gracias por escribir. Un fuerte abrazo desde el blog de la Tertulia Cofrade Cruz Arbórea. http://tertuliacofradecruzarborea.blogspot.com/
Y sin embargo hay refranes que nos hablan de cómo sin belleza es posible el enamoramiento gracias a otras virtudes más...espirituales; y eso en el caso de la fealdad femenina se bien cuando se dice aquello de que la suerte de la fea la guapa la desea. Un hermoso texto y bien escrito. No es raro que haya sido premiado. Un saludo cordial Rosa.
Luis, hay ocasiones en que uno se siente incapaz de mostrarse decidido y audaz; cuando se ha de competir con un Adonis, como en este caso, es terriblemente arriesgado si se teme sufrir una burla despiadada como las que ya se han sufrido antes muchas veces.
Sin embargo, el protagonista encuentra su propio recurso secreto, el único que cree a su alcance.
Un abrazo
Cayetano, rascar la cáscara es algo que no suelen hacer muchas personas hoy en día. Nos venden el envoltorio carnal como lo único que conduce al éxito personal...mala cosa es, pero es así, si no fíjate en la estupidez reciente de analizar el traje, la corbata y el corte de pelo de los candidatos a la presidencia, como si todo eso garantizara su eficacia política.
Un saludo
PEPE, muchísimas gracias por lo que dices de mi forma de escribir. Y también por tener un blog tan bonito, con esas fotos y esos textos que nos llevan a apasionarnos por todo ese ambiente que describes.
Un abrazo
dlt
Hay que distinguir entre enamoramiento y amor. El primero es un resplandor que ciega,es irreflexivo, visceral, carnal, superficial, el segundo es duradero, se basa en la constancia y en la comprensión.
De ahí que haya tantas publicaciones que le ponen fecha de caducidad al amor, afirmando que dura un máximo de tres años, y se equivocan, porque en realidad se refieren al enamoramiento, que en muchos casos es la antesala del amor, aunque no siempre. El tema es largo, aquí lo dejo.
Un abrazo
Publicar un comentario