Nadie puede sostenerse solo cuando la vida sopla como un vendabal huracanado. Ningún ser humano es autosuficiente, por más que lo pretenda. Cada uno de nosotros experimenta tarde o temprano la sensación de estar a punto de derrumbarse. Es entonces cuando la fragilidad de nuestra estructura personal precisa ser apuntalada. Y los puntales que sostienen e impiden la total ruina son los que ofrecen otros seres comprensivos, compañeros de viaje en esta azacaneada andadura existencial: una palabra, un gesto, una broma oportuna, un rasgo de humor, una mano que se apoya en el hombro...
Recuerdo a los estagiritas del desierto egipcio. En aquellos lejanos tiempos de fe tan radical que hacía concebir drásticos modelos de penitencia, aquellos estagiritas o estilitas se encaramaban a una columna dispuestos a pasar sus días y sus noches expuestos a la intemperie (sol o lluvia, calor o frío) hasta que la muerte se los llevara a la eternidad de la bienaventuranza. Pues bien, hasta esos locos del desierto contaban con un "ayudante" que los proveía de alimento y agua sin la cual poco hubiera durado el terrible sacrificio que hacían, sin embargo, esa asistencia ofrecida hacía posible que la estancia en la incómoda y reducida columna, a modo de capitel penitencial y humano, durara lo que la salud y fortaleza de cada cual determinara. Los seguidores de los penitentes como Simeón y los demás estilitas eran otra casta de puntales, pero puntales al fin y al cabo.
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