Hace tiempo que pinté este cuadrito, en témpera.
Siempre me gustó muchísimo el pequeño pueblecito de pescadores de La Azohía.
En él las montañas son tan altas que forman un circo en cuyas paredes rebota la voz, amplificada en un eco que hace notorio el silencio y la soledad.
Está claro que hablo de cómo era ese rincón natural hace unos años, no muchos, tres o cuatro a lo sumo, pero los suficientes como para que todo haya cambiado un tanto.
En La Azohía había una especie de sembrado de enormes anclas frente al muelle.
Me enamoraban esas áncoras gigantescas.
Las fotografiaba y me fotografiaba yo junto a ellas, que me superaban con mucho en altura.
Gigantesca hermosura de hierros poblados de adherencias marinas. Eso eran.
Un mal día, las anclas desaparecieron de su emplazamiento. No sé dónde están.
Ahora allí aparcan los coches.
Cada vez más coches.
El paraiso ha sido descubierto.
Pululan como negras hormigas los buceadores en el muelle, antaño feudo de pescadores del lugar.
Ya no está la lonja, que aún aparece en mi cuadro.
Pero está el mar.
Y la montaña.
Y la torre vigía de santa Elena.
Y nadie podrá arrebatarme la entrañable belleza del recuerdo.
11 comentarios:
Recuerdo y nostalgia unidos, Rosa. Comprendo lo que es eso.
Espero que algún día puedas visitar este lugar que tan bien describes, aunque afloren los sentimientos.
No dejas de sorprenderme con tus escritos y pinturas. Mi más sincera enhorabuena.
Un beso.
y... qué indignación, que a uno le quiten su rinconcito y ni siquiera se avise de a dónde fueron llevados estos objetos tan hermosos y originales.
la especulación puede ; por desgracia, con todo...
tu rabia es mi rabia ahora...
besos
Recuerdo perfectamente esas anclas puestas a orillas del puerto.Lo has reflejado perfectamente además al fondo aparecen como tu has pintado las casitas de los pescadores y tambien hay un barecillo donde ponen música por la noche
Tejedora, en realidad visito ese lugar asiduamente, sólo que le faltan las anclas y le sobra turismo bullicioso.
Sigue siendo unn lugar paradisiaco, que sorprende al recien llegado con su primigenia hermosura, pero yo lo conozco desde que nací, cuando ocurría eso del eco que he dicho. Y la memoria sentimental jamás borra ese tipo de reminiscencias, porque son las que alimentan el alma y constituyen el íntimo hogar al que cada uno aspira a llegar, como refugio calmo y cálido.
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Amig@, ceo que es que pillaron a unos desaprensivos llevándose las anclas por el morro, cargándolas con una grua en camiones, Y decidieron ponerlas abuen recaudo. Pero ¿a dónde? No se sabe.
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Álvaro, tú que las viste en el pasado sabes qué belleza marinera se concentraba en ellas, y qué motivo pictórico constituían.
Algún día pondré fotos mías con mis queridas áncoras gigantes.
Esas fotos están, al menos, como testimonio del privilegio de haber conocido ese paisaje digno del mejor cuadro y de la más sublime literatura.
Quien se llevara las anclas por el morro no tiene perdón, pero peores son los que se llevan el paisaje. Hoy tú puedes decir que nadie te quitará el recuerdo, pero no sé qué podrán decir nuestros descendientes. También les están quitando el paisaje por todo el morro.
Al menos nos quedará tu bonito cuadro, que me recuerda la línea naïf ibicenca.
Lo peor de tdo es que el paisaje, nunca vuelve a ser el mismo.
Saludos
Nuestros descendientes no echarán de menos lo que no conocieron,eso lo hace menos doloroso; aunque mis hijos sí han conocido estas anclas (desaparecieroen el año pasado) y unas preciosas tortugas que flanqueaban el paseo de las palmeras, aquí en el Puerto de Mazarrón.
Rosa de La Mancha, hermoso nombre podría ser ese para ti. Muchas gracias por tu visita a mi blog. Me gusta mucho tu tierra, el escenario de mi primera novela, en la que testimonio ese afecto sincero, que adquirí tras seis años de residencia manchega. Estoy segura de que desde Madrid la tendrás siempre en tu memoria sentimental. Así pues, me comprendes muy bien.
Ay, la mutabilidad de las cosas. Ya lo decía el viejo Heráclito: No te bañarás dos veces en el mismo río. A mí también me puede a veces la nostalgia, no te creas.
Saludos.
¡Qué recuerdos, Rosa! ¡Qué recuerdos nos traes!
Antonio: dichosos los ojos que ven estas palabras tuyas, no sabes con cuánta complacencia leo tu santoral sui generis, pleno de ocurrencia y agudeza.
La nostalgia es dulce cuando, como ocurre en La Azohía, aún se huelen los efluvios de sal, brea y yodo del mar y se tiene la seguridad de que el horizonte permanecerá inalterado para marcar la línea de nuestros sueños.
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Francisco Javier, recuerdos compartidos son recuerdos revividos, creo yo.
Veo con alegría que continúas realizando un despliegue de vivacidad cultural,acorde con tu segundo apellido "Vivas".
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