Hoy he recordado al gorrión
herido de muerte por el frío,
que rescaté hace años de una acera.
Estaba caído, moribundo,
y yo intenté recuperar su vida
que se apagaba, débil y aterida.
Pero no lo logré.
¡Señor, qué pena,
que sentimiento de dolor tan grande
ante esa muerte de ave tan pequeña!
Y sin embargo, miles de pájaros fenecen
cada día, miles de pájaros...
Hoy pienso en esos niños,
que son miles también
y que se mueren
por culpa del helado corazón
de tanto humano.
¿Humanos? ¿humanos somos?
¡Dios, qué pena!
3 comentarios:
Si es una pena, somos tan primitivos....
Besos y amor
je
A veces una muerte como la del pajarillo viene bien para recordamos eso, que nosotros somos los que no llamamod humanos...
La pequeña historia es cierta. No sé por qué causa me conmueve tanto la tragedia de esos seres indefensos e inocentes,los animales...Quizás es porque son semblanza de tanto dolor que padecemos igualmente los humanos, ante la indiferencia (que tal vez no es sino mecanismo de supervivencia) de nuestros iguales.
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