Quiero compartir con los eventuales visitantes de mi blog -sean pocos o poquísimos, quizás- la imagen que tengo colocada en mi ordenador a modo de fondo de escritorio. Es una foto que hice yo misma de la recortada silueta de los montes de cabo Tiñoso vistos desde la playa del Puerto de Mazarrón. La hora era temprana. Adoro madrugar en verano. La sensación de estrenar la mañana, de encontrar la playa aún solitaria, de pisar la arena alisada por la brisa nocturna y caminar con los pies sumergidos en el agua rumorosa de la orilla, no es para mí algo insustancial, sino casi místico.
Me gusta el silencio de la mañana apenas caldeada todavía por el sol estival. Me gusta el murmullo del mar, roto tal vez por el estridente grito del cormorán o por el silbo del pájaro que sabe -misteriosamente- que su cometido en la vida es aderezar las mañanas con sus cantos.
Me gusta respirar el aire salobre y perfumado por las algas (los cabellos que se le caen a las sirenas al peinarse, como decía Ramón Gómez de la Serna en una de sus geniales "Greguerías")
y me gusta ver el surco que en la superficie del mar dejan los barcos que salen del puerto.
Cada vez que abro mi ordenador veo delante de mí, en la pantalla iluminada, esa imagen que he escogido para compartir con todos mis visitantes. Y veo también, esa es mi gran fortuna, todo lo demás que he dicho.
3 comentarios:
Una imagen bellísima. Recuerdo que cuando trabajaba en El Peñasco era una de las que veía cada amanecer, bellísimos amaneceres.
Gracias por compartirla con nosotros.
El mar, la mar ... qué espectáculo. Por estas cosas, tambien merece la pena vivir.
¿Verdad que es una suerte haber conocido este paisaje, Paco?
Tu frase, que es suspiro de alma de artista, Antonio, contiene toda una filosofía de la vida.
Publicar un comentario